Suiza lo hizo: el modelo cooperativo como columna vertebral de una nación

En Suiza, las cooperativas no son un detalle, sino la columna vertebral de su economía y democracia. En Argentina, el modelo que supo fundar pueblos y levantar economías regionales hoy sobrevive entre el olvido y el desfinanciamiento estatal. ¿Qué pasaría si decidiéramos volver a confiar en nosotros mismos?

DE NUESTRA REDACCIÓN07/07/2025NeuquenNewsNeuquenNews
Cooperativa

En Suiza, la cooperación no es solo una forma de comercio. Es identidad, cultura política y modelo económico. Más del 90 % de la población forma parte de alguna cooperativa: compran alimentos en Migros o Coop, tienen cuentas en bancos como Raiffeisen, acceden a viviendas asequibles en las ciudades más caras gracias a cooperativas habitacionales, e incluso usan servicios de transporte compartido y medios de comunicación organizados bajo esta misma figura. Las decisiones se toman bajo el principio de “una persona, un voto”, y las ganancias no van a parar a los bolsillos de accionistas desconocidos, sino que se reinvierten en la comunidad. 

Esto no es una excepción moderna. Las raíces cooperativas suizas son anteriores al Estado nacional: pactos comunitarios como el de Törbel en 1483 —analizados por la Nobel Elinor Ostrom— mostraban cómo los recursos comunes podían gestionarse de forma democrática, sostenible y local. Es decir: el cooperativismo no fue una invención del siglo XX, sino la forma originaria de vida colectiva en Suiza.

Argentina: la memoria que el poder teme
Este modelo, tan lógico como solidario, no nos es ajeno. Argentina fue —y aún podría ser— un país de cooperativas. Las economías regionales, el mutualismo, las cooperativas de servicios públicos, los almacenes de ramos generales autogestionados, las federaciones de productores, las cooperativas de trabajo... todo eso fue parte central del entramado productivo argentino.

En pueblos enteros, especialmente del interior profundo, las cooperativas eléctricas iluminaron zonas donde el Estado no llegaba y donde las empresas privadas no encontraban ganancia. En zonas rurales, el movimiento cooperativo agrícola organizó producción, comercialización y hasta educación técnica. Las cooperativas escolares y los clubes de trueque son ejemplos de cómo la población supo organizarse cuando el sistema formal colapsaba.

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Pero la historia reciente nos alejó de esa senda. En nombre del “mercado”, se desfinanciaron cooperativas, se persiguió el trabajo autogestionado, se privatizó lo común y se transformó la palabra "solidaridad" en sinónimo de ineficiencia. Hoy, en lugar de fomentar este modelo, los gobiernos suelen optar por financiar grandes corporaciones, multinacionales extractivistas o bancos que no reinvierten ni un peso donde lo generan.

Lo que podríamos aprender
La experiencia suiza demuestra que el cooperativismo no es un modelo de emergencia, sino una estrategia de largo plazo. Las 10 mayores cooperativas suizas generaron más del 10 % de la producción nacional en 2022. Y eso en un país con solo 8.100 cooperativas registradas. No se trata de cantidad, sino de impacto. El secreto está en su integración con la cultura democrática: en Suiza, las cooperativas no solo gestionan bienes, también construyen ciudadanía.

Si Argentina apostara nuevamente por ese modelo, con políticas activas que fortalezcan las estructuras ya existentes, se podrían reconstruir redes productivas locales, crear empleo con sentido, generar arraigo en territorios hoy vaciados, y fomentar la participación activa de las comunidades. Esto no es un planteo nostálgico: es un camino posible, probado y urgente.

Trámites y burocracia: cuando cooperar se convierte en una carrera de obstáculos
Uno de los grandes desafíos para el desarrollo real del cooperativismo en Argentina es la maraña burocrática que deben atravesar quienes intentan conformar una cooperativa. Aunque el trámite de constitución es gratuito y digital a través del INAES, en la práctica el proceso suele ser lento, engorroso y desigual según la provincia. Se exige una enorme cantidad de documentación técnica y contable, asambleas con actas formales, presentación periódica de balances, libros rubricados y cumplimiento de normativas que muchas veces no están adaptadas a realidades comunitarias o territoriales.

El contraste con Suiza es evidente: allí, las cooperativas funcionan bajo marcos regulatorios simples pero eficaces, con fuerte confianza en la autogestión y controles basados en la transparencia participativa. En Argentina, en cambio, el exceso de regulación termina favoreciendo a grandes estructuras con capacidad jurídica y contable, mientras desalienta la creación de pequeñas cooperativas de base. El resultado: muchas cooperativas nacen con entusiasmo, pero mueren asfixiadas por un sistema que dice promover la autogestión, pero en la práctica la somete.

Si realmente se quiere fomentar el cooperativismo como modelo de desarrollo económico, el Estado no solo debe facilitar el acceso a la figura legal, sino también brindar acompañamiento técnico, formación y un marco regulatorio razonable que garantice el control sin convertirse en una trampa.

Democratizar de verdad: el gran desafío del cooperativismo argentino
Ahora bien, no alcanza con impulsar cooperativas si su funcionamiento no se democratiza de forma genuina. Muchas veces, en Argentina, se ha confundido la figura cooperativa con estructuras cerradas, manejadas por cúpulas que se eternizan en los cargos y que administran los recursos con escasa o nula rendición de cuentas. Si queremos que el cooperativismo vuelva a ser una herramienta transformadora, necesitamos sistemas de participación accesibles, ágiles y eficaces, que permitan a cada socio no solo votar, sino también informarse, fiscalizar, proponer y decidir.

Sin transparencia interna, el modelo pierde legitimidad. Democratizar la democracia es tan importante como sostenerla: las cooperativas deben ser un reflejo de los valores que dicen defender, no una copia en miniatura de los vicios de la política tradicional.

¿Por qué no?

  • ¿Por qué no pensar una política pública que impulse cooperativas de alimentos en cada barrio popular?
  • ¿Por qué no crear cooperativas de energía renovable en zonas rurales con participación comunitaria?
  • ¿Por qué no permitir que las viviendas sociales sean gestionadas en forma cooperativa, como en Zúrich?
  • ¿Por qué no recuperar bancos cooperativos para financiar pymes, en lugar de seguir endeudándonos con organismos que ni saben pronunciar el nombre de nuestras provincias?

En lugar de condenar a los jóvenes a buscar futuro en plataformas de reparto o en pasantías mal pagas, podríamos enseñarles a crear y sostener proyectos cooperativos, donde el trabajo no sea sinónimo de obediencia sino de construcción colectiva.

Confiar en los otros, organizarnos y compartir

Mientras en Suiza celebran su “Año Internacional de las Cooperativas” en 2025, en Argentina el modelo sobrevive a pulmón. Hay quienes siguen creyendo que cooperar es una debilidad. Que compartir poder es inseguro. Que decidir en conjunto es lento. Y, sin embargo, la historia y los datos dicen otra cosa.

En tiempos donde el individualismo parece receta universal, tal vez haya que animarse a repetir lo que alguna vez supimos hacer: confiar en los otros, organizarnos y compartir. No por nostalgia, sino por necesidad. Porque la democracia no solo se vota: también se construye, todos los días, en la economía.

Fuente: SWI Swissinfo.ch

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