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La trampa del capital: ¿Acumulación o producción?

En un mundo donde el brillo de las grandes fortunas contrasta con la precariedad de la mayoría, este artículo explora cómo el modelo de acumulación de capital—basado en la especulación y la concentración del poder económico—desplaza la producción real y erosiona el tejido social. Una mirada crítica y humanizada que cuestiona si el progreso medido en cifras realmente beneficia a la sociedad en su conjunto o si, por el contrario, alimenta la desigualdad y el individualismo.

DE NUESTRA REDACCIÓN02/02/2025NeuquenNewsNeuquenNews
capitalismo de acumulación

Vivimos en una época en la que el brillo de las grandes fortunas y la omnipresencia de las corporaciones globales parecen definir el pulso económico de nuestro tiempo. Sin embargo, detrás del fulgor se esconde una realidad que cada vez se hace más evidente: el modelo de acumulación de capital, en detrimento del fomento de la producción real, está configurando sociedades en las que el crecimiento no se traduce en bienestar compartido.

¿Estamos ante un mecanismo que empobrece a la mayoría o, en el mejor de los casos, abre oportunidades de progreso para todos?

La acumulación de capital: datos y perspectivas

Diversos estudios, como los informes del Credit Suisse y análisis de Oxfam, confirman que una pequeña élite—menos del 1%—controla una porción alarmantemente grande de la riqueza mundial. Este modelo se sustenta en la capacidad de reinversión y en la acumulación constante de activos financieros, que se multiplican gracias a un sistema que favorece la especulación y la concentración del capital.

El dinero, en este contexto, no trabaja para producir bienes o servicios que beneficien a la sociedad, sino para generar más dinero. Así, la riqueza se mueve en círculos cerrados, donde los beneficios se reinvierten en instrumentos financieros, propiedades y otros activos, dejando de lado el fomento de la producción real que podría generar empleos y crecimiento inclusivo.

¿Empobrece a la mayoría o impulsa el progreso?

En teoría, un sistema económico basado en la acumulación de capital podría argumentar que, al concentrar recursos en manos de aquellos que invierten de manera eficiente, se fomenta la innovación y el desarrollo de nuevas tecnologías. No obstante, en la práctica, esta concentración tiende a empobrecer a la mayoría. Al desviar recursos que podrían ser destinados a la producción de bienes y servicios, se restringe la creación de empleos de calidad y se limita el acceso a oportunidades reales de desarrollo económico para la población en general.

La paradoja es innegable: mientras que unos pocos ven crecer exponencialmente su patrimonio, la mayoría lucha por obtener salarios dignos y una estabilidad económica que les permita planificar su futuro.

Individualismo y la erosión de la empatía social

Uno de los elementos más insidiosos de este modelo es el fomento del individualismo exacerbado. La lógica de la acumulación fomenta una cultura donde el éxito se mide en cifras y fortunas personales, dejando de lado el bienestar colectivo. En este contexto, la empatía—esa capacidad de ponerse en el lugar del otro—se ve desplazada por la obsesión por el rendimiento económico y la maximización de beneficios.

El individualismo, al margen de las conexiones comunitarias y la solidaridad, alimenta una mentalidad competitiva que fragmenta el tejido social y debilita la capacidad de la sociedad para enfrentar desafíos comunes.

La falta de empatía no es simplemente un rasgo moral; es un síntoma de un sistema que premia la acumulación a cualquier costo. A corto plazo, esta mentalidad puede traducirse en un dinamismo financiero y en la generación de riquezas espectaculares. Sin embargo, en el mediano y largo plazo, la erosión de la empatía y el debilitamiento de la cohesión social generan tensiones que pueden desembocar en crisis económicas, conflictos sociales e incluso inestabilidad política.

La riqueza global se distribuye de manera extremadamente desigual. Algunos datos clave, basados en diversos informes y estudios, indican que:

* El 1% más rico: Aproximadamente posee entre el 35% y el 40% de la riqueza mundial.

* El 10% superior: Controla cerca del 70% al 85% del total de la riqueza.

* La mitad inferior (50%) de la población: Detenta menos del 1% al 2% de la riqueza global.

Estos porcentajes reflejan una concentración extrema, donde una pequeña fracción de la población concentra la mayoría de los recursos, mientras que la gran mayoría tiene acceso a una porción ínfima de la riqueza.

Consecuencias a corto y largo plazo

A nivel corto plazo, el modelo de acumulación tiene la capacidad de generar una apariencia de prosperidad: índices de crecimiento que, en los informes oficiales, parecen robustos y una inflación de activos que da la sensación de abundancia. Pero esta prosperidad es superficial, ya que se basa en cifras que no se traducen en mejoras palpables en la calidad de vida de la mayoría.

El empobrecimiento relativo de amplios sectores de la sociedad—especialmente en educación, salud y vivienda—se convierte en una herida abierta que no se cura con reportes financieros optimistas.

A largo plazo, las consecuencias pueden ser aún más devastadoras. La concentración de capital limita la capacidad de innovación inclusiva y la resiliencia social. Sin una base productiva robusta que genere empleos y fomente el desarrollo de habilidades, la sociedad se vuelve vulnerable a crisis económicas cíclicas y a la pérdida de competitividad. Además, la creciente brecha entre ricos y pobres alimenta el descontento social, creando un caldo de cultivo para movimientos políticos radicales y una creciente desconfianza hacia las instituciones democráticas.

Karl Polanyi, en La Gran Transformación, ofrece una crítica profunda al surgimiento y expansión de la economía de mercado, destacando que al convertir la tierra, el trabajo y el dinero en mercancías se corre el riesgo de deshumanizar las relaciones sociales y fragmentar el tejido comunitario. Esta idea se puede desarrollar en varios puntos clave:

La Naturaleza de los Recursos Convertidos en Mercancías

Polanyi argumenta que la tierra, el trabajo y el dinero no son mercancías ordinarias.

La tierra: No es simplemente un recurso económico, sino el hogar y el sustento de comunidades enteras, portadora de valores ecológicos, culturales y sociales. Al tratarla como una mercancía, se reduce a un simple objeto de especulación y beneficio, despojándola de su significado como parte integral de la vida y el entorno.

El trabajo: Representa la fuerza vital de las sociedades. Los trabajadores no son meros factores de producción, sino seres humanos con necesidades, aspiraciones y derechos. Al mercantilizar el trabajo, se lo reduce a un costo variable, olvidando que cada jornada laboral es el reflejo del esfuerzo humano y, en muchos casos, de la dignidad personal y comunitaria.

El dinero: Aunque es un instrumento de intercambio, cuando se trata de manera desprovista de su dimensión social se le reduce a una entidad abstracta, desvinculada de los contextos reales y humanos que le dan sentido.

Esto conduce a una economía en la que el valor se mide únicamente en cifras, desconectándose de los impactos en la vida de las personas.

Deshumanización del Proceso Económico

Al tratar estos elementos fundamentales como mercancías, el sistema de mercado tiende a ver a las personas y a la naturaleza únicamente en términos de su utilidad económica. Esta perspectiva utilitarista promueve una visión fragmentada de la sociedad en la que:

  • El ser humano se convierte en un simple factor de producción, despojándolo de su complejidad, sus vínculos afectivos y su potencial creativo.
  • La tierra se reduce a un activo financiero, ignorando su valor intrínseco y su importancia en la cohesión cultural y ambiental.
  • El dinero, en su papel de símbolo del éxito económico, se convierte en el único indicador de progreso, dejando de lado aspectos fundamentales del bienestar humano, como la salud, la educación y la calidad de las relaciones sociales.

Fragmentación del Tejido Social

La transformación de estos elementos en mercancías también implica una reconfiguración de las relaciones sociales. La lógica del mercado, que se basa en la competencia y en la maximización de beneficios, favorece la separación y el aislamiento de los individuos. Esto tiene varias consecuencias:

Erosión de la solidaridad comunitaria: Las comunidades que tradicionalmente se basaban en la cooperación y el intercambio de apoyo mutuo ven amenazada su cohesión, ya que el incentivo principal se desplaza hacia el beneficio individual.

Aumento de la desigualdad: El mercado tiende a concentrar la riqueza y el poder en manos de unos pocos, lo que debilita el sentido de pertenencia y el compromiso con el bienestar colectivo.

Pérdida de vínculos culturales y sociales: Al priorizar la eficiencia económica, se ignoran las tradiciones, costumbres y redes de apoyo que históricamente han tejido la identidad de las sociedades.
Implicaciones para la Sociedad y la Economía

La crítica de Polanyi invita a repensar los fundamentos del sistema económico. No se trata simplemente de regular el mercado, sino de reconocer que la economía no puede separarse de la sociedad. Las políticas públicas y las estructuras económicas deben:

* Incorporar principios de justicia y equidad, asegurando que el desarrollo económico se traduzca en mejoras reales en la calidad de vida de las personas.

* Fomentar un equilibrio entre el mercado y la protección de los valores sociales y medioambientales, para que la prosperidad económica no se logre a costa de la cohesión social y la sostenibilidad ecológica.

* Revalorizar el papel del trabajo y de la tierra como elementos esenciales para la construcción de una sociedad inclusiva y solidaria, donde cada individuo pueda desarrollarse plenamente sin ser reducido a un mero recurso económico.

La advertencia de Polanyi se centra en que la lógica de mercado, cuando se lleva al extremo de mercantilizar aspectos fundamentales de la existencia humana, tiene el potencial de desintegrar los lazos sociales y de transformar la vida en un proceso meramente transaccional. Su análisis es un llamado a rehumanizar la economía, reconociendo que el verdadero progreso reside en el equilibrio entre el crecimiento económico y el bienestar integral de la sociedad.

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