
El siglo XXI prometía ser el de la información, la cooperación global y los derechos humanos universales. Pero a un cuarto de su recorrido, esa utopía se ha desvanecido. Lo que avanza no es la ilustración, sino el miedo; no la palabra, sino la fuerza. El mundo parece haber entrado en una era donde la violencia, más que una excepción, se ha convertido en el idioma común del poder.