El alma trashumante del norte neuquino

Cuando el otoño se adueña de la cordillera, los caminos se llenan de vida y polvo: las familias crianceras regresan de la veranada en una travesía que encarna la esencia profunda del Neuquén rural. Cada año, con la llegada del frío, los veranadores emprenden el regreso desde los altos pastos cordilleranos hacia los valles, guiando a pie o a caballo más de un millón de animales. En el corazón del territorio neuquino, la trashumancia sigue viva, no como postal de museo, sino como práctica cotidiana que teje identidad, esfuerzo y memoria.

REGIONALES14/04/2025NeuquenNewsNeuquenNews
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Por estos días, al andar por los caminos del norte neuquino, es posible cruzarse con una imagen que, lejos de ser del pasado, sigue viva y palpitante: el lento y constante regreso de los veranadores. Con su andar pausado y determinado, los crianceros bajan desde los altos campos de veranada, donde el ganado pasó los meses del verano, hacia las tierras bajas donde se refugiarán del crudo invierno cordillerano.

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La escena es digna de un óleo costumbrista: hombres y mujeres montados, piños de cabras y ovejas cruzando polvorientos caminos, perros que guían, niños que ayudan, y el silencio del monte quebrado por el balido de los animales y el crujir de las pezuñas sobre la tierra seca. En esa marcha, que se repite año tras año, hay saberes que no se enseñan en escuelas, sino que se heredan al calor del fogón y al ritmo de la soga y el lazo.

El regreso de la veranada no es solo un traslado de animales. Es una práctica cultural que moviliza a más de un millón de cabezas de ganado, y que implica semanas de viaje, planificación, esfuerzo y también resistencia frente a los cambios del clima, del mercado y de la vida moderna. Pero ahí siguen, año tras año, caminando los mismos senderos marcados por generaciones.

La trashumancia, esa práctica ancestral que define la identidad rural de la provincia, moviliza más de un millón de cabezas de ganado —en su mayoría chivos y ovejas— a lo largo de más de 3.800 kilómetros de huellas de arreo. Cada paso es una muestra de resistencia, memoria y vínculo con la tierra.​

Para acompañar este proceso, el gobierno provincial ha desplegado un operativo conjunto que involucra a la Secretaría de Emergencias y Gestión de Riesgos, Manejo del Fuego, Policía, SIEN y Seguridad Vial. El objetivo es claro: cuidar a las familias y sus animales durante el trayecto, brindando asistencia sanitaria, controles en ruta y apoyo logístico.​

Además, se llevan adelante obras en distintos puntos del trayecto: refugios para el descanso, corrales, aguadas, pasarelas y cerramientos que no solo facilitan el paso del ganado, sino que también dignifican la travesía y reconocen su valor estratégico y simbólico.

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A quienes transiten por las rutas, se les recuerda circular con precaución y respeto: detrás de cada arreo hay historias de esfuerzo, tradición y amor por el campo.​

Pero más allá de los dispositivos estatales y los números, la trashumancia es, sobre todo, un acto de amor. Amor a la tierra, a la tradición, al rebaño y a una forma de vida que resiste al olvido. Una marcha silenciosa que recuerda que, en lo profundo del Neuquén, todavía hay quienes se mueven al ritmo de las estaciones y viven con el horizonte como compañero.

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