Marie Gouiric, docente y escritora: “Todavía persiste la idea de que las maestras o son santas o son idiotas”

En su segunda novela, “Ese tiempo que tuvimos por corazón”, la autora argentina logra unir sus dos oficios. La droga en el ámbito educativo, la violencia policial y la tensión entre vocación docente y precarización laboral.

ACTUALIDAD - CULTURA 01 de junio de 2023
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Marie Gouiric

En diálogo con Infobae Leamos a raíz de la publicación de su nueva novela, Ese tiempo que tuvimos por corazón, la autora habló sobre los puentes entre sus dos oficios y la realidad detrás de aquello que llaman “vocación”: “El trabajo docente cada vez es más difícil. Pareciera que si querés dinero a cambio no tenés vocación. Tenemos el futuro de los niños en nuestras manos pero no podemos pedir el salario que merecemos”.

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La novela, editada por Random House, sigue a una maestra joven que llega a una escuelita de barrio, un espacio de educación no formal en el que, mientras trata de transformar la vida de sus alumnos y alumnas en la medida de sus posibilidades, es su vida la que termina por dar un vuelco.

Ahí conoce a Dylan, un chico picarón, revoltoso y comprador que llega caminando por los techos de chapa de la escuelita. A lo largo de la novela se desarrollan, sin recurrir al amarillismo ni a la banalización, los problemas económicos de los márgenes y las periferias, así como la precarización laboral de los docentes y la incursión de la droga en el ámbito educativo.

Así, la maestra y el alumno recorren un camino de aprendizaje mutuo que, de todos modos, a pesar de la belleza que Gouiric logra rescatar con sutileza y maestría, queda trunco a raíz de una tragedia que va construyendo capítulo a capítulo y que tiene un desenlace fatal protagonizado por la violencia policial.

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“Lloré mucho escribiendo la novela”, dice la autora desde su casa en el barrio porteño de Parque Centenario. De todos modos, incluso cuando el final de Ese tiempo que tuvimos por corazón hará que a más de un lector se le piante un lagrimón, Gouiric concluye su segunda novela no con la esperanza vacía de un futuro mejor, sino con una revisión del pasado que, por el mero hecho de contarlo, puede ser reparador.

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Portada de "Ese tiempo que tuvimos por corazón", de Marie Gouiric, editado por Random House.

-¿Cómo fue unir tus dos oficios, la docencia y la escritura?

-Lo disfruté muchísimo. Me hizo muy bien. La docencia es un trabajo muy difícil, y sé que es así para todos los docentes. Es una profesión de la que todo el mundo habla y opina pero nadie la conoce en profundidad. Para mí es un privilegio conocer el corazón de esta profesión y poder llevar su secreto a la escritura. Esa combinación me produce mucho placer y creo que es también muy necesaria.

-¿Te encontraste con alguna dificultad en el proceso?

-Fue fantástico pero, a nivel práctico, el año pasado tuvo su complejidad. Mientras escribía la novela (de agosto a fin de año fue un momento muy intenso), me costaba mucho conectar con el presente. Estaba tan sumergida dentro de los alumnos de la historia que no me importaba tanto lo que pasara en la realidad con mis alumnos del momento. Esta novela, además, me ocupó mucho espacio emocional. Entre agosto y noviembre iba a juntarme con amigos y y me quedaba pensando en eso. O iba y en el camino se me caían las lágrimas. Lloré mucho escribiendo esta novela.

-¿Podrías explicar de dónde salió el título?

-Fue difícil buscar el título. Al principio, iba a ser Dylan, el niño que se vuelve protagonista. Había pensado ese nombre en referencia a una novela muy vieja que se llama Shunko, de Jorge Ábalos. Me la sugirió Ana Laura, mi editora. Yo ya había escrito sobre la escuela y la docencia pero en poesía. Y ella me sugirió que leyera esa novela a ver si me inspiraba. La leí y la verdad que sí. Es muy sencilla: hay un maestro que va a enseñar a un pueblo y hay un niño, Shunko, que resalta entre todos ellos. Pero después, cuando mi novela creció, hablaba de muchas cosas y ponerle solo el nombre del niño no llegaba a comprenderla en su totalidad.

 NPZDZW7O3NAZXOWWRFFWZXRQLUMarie Gouiric: "Tenía cierta herida con la docencia. Y muchas preguntas. Creo que la novela, si no las responde, trae al menos cierto reparo".

-Entonces, ¿cómo llegaste al título definitivo?

-La novela habla sobre un tiempo pasado que había sido muy valioso para sus personajes, por eso le puse Ese tiempo que tuvimos por corazón: un momento en el que se había dado el crecimiento de todos estos personajes, pero que también es un momento que ya había terminado. Al momento de escribir, la maestra narra un estado de ella misma que ya no existe, sus alumnos ya no existen, y la escritura es su forma de volver a encontrarse con ellos. Por mi parte, tal vez tenía cierta herida con la docencia. Y muchas preguntas. Creo que la novela, si no las responde, trae al menos cierto reparo.

-El reparo es una de las ideas centrales del libro, un reparo que, sin embargo, no siempre trae respuestas.

-Eso está muy expresado. Esa maestra del libro, que realmente no soy yo, me permitió acercarme más a la historia, porque ella es más maestra que yo. Ella alfabetiza, yo soy profesora de artes visuales. Ella se acerca para hacerles entender una letra, les hace contar el vuelto, todo el tiempo los quiere hacer pensar. Así, le puse un corazón más de maestra. Algunos acontecimientos pasaron y yo los presencié, pero esta maestra tiene las herramientas para reflexionar sobre todo eso que le pasó, herramientas que yo adquirí años después gracias a maestras viejas. Ella está armada de las partes más hermosas de todas las maestras, compañeras y directoras que conocí: es mucho mejor maestra que yo.

-¿Te sirvió esta maestra en tu práctica como docente?

-Ahora que ya la escribí y volví al presente me está sirviendo. Volví a la escuela, donde tengo grupos muy difíciles, y digo ‘no, pará'. Esta profesión tiene algo muy fuerte, como pasa en la medicina, que te deshumaniza, te lleva a ser mecánica, a incorporar el castigo como forma de trato, a repetir frases (”qué se puede hacer, si vienen así de la casa”). Y yo, como pasan los años y estoy muy cansada -el trabajo docente cada vez es más difícil en el momento político de crisis posterior a la pandemia- me acuerdo de esa maestra, que es mejor que yo, y me ayuda a recordar algo del corazón de la maestra que recién empieza, esa ilusión. La recuerdo y pienso: hay algo de esto que yo no puedo perder. Si estoy acá, es porque creo que algo se puede cambiar. Si doy todo por perdido, mejor me voy.

-¿Cómo mantenés esa inocencia del principio, esa ilusión?

-No sé, realmente. No creo que haya una fórmula. Ella tiene una pregunta central en la novela: hasta dónde se puede, hasta dónde llega el amor que una tiene por esos niños. Se da cuenta de que puede ser libre, que puede irse. Es muy loco: cuando trabajás en la docencia, parece que es algo que hacés para toda la vida. Y es cierto. Las maestras se jubilan ahí adentro. E incluso muchas de ellas, cuando se jubilan, siguen siendo maestras fuera de las escuelas. Yo no sé cómo se mantiene la inocencia, pero creo que está bien que no se mantenga. Lo que si creo que puede mantenerse es cierta ilusión, cierto deseo. Y la escritura, para esta maestra tanto como para mí, es una herramienta para poder revisar los acontecimientos. Hay cierto desánimo que a veces empieza a acumularse y no sé si se lucha contra eso. Pero la docencia es muy mágica: siempre algo pasa.

GDFGZWGFZZHVVIRSKVW4TTJQ5IAdemás de su segunda novela, "Ese tiempo que tuvimos por corazón", Gouiric escribió los poemarios "Un método del mundo" (Blatt & Ríos) y "Este amor tan grande" (Mansalva), así como su debut en la narrativa "De dónde viene la costumbre" (Random House).

-¿Tus alumnos te han leído?

-Sí, pero porque una vez quería probar un poema y pregunté en un 4to grado quién me lo podía leer. El que mejor leía en la clase lo leyó para todos. A mí me encantó porque los niños leen muy bien la poesía. Y después, con respecto a la novela, pregunté en un 6to grado qué tapa preferían y votaron la que terminó quedando. Pero me gusta tenerlo más en anonimato. A las maestras no se los cuento, aunque después igual se terminan enterando. Una vez salió una nota en el diario y una compañera la mandó al grupo de whatsapp. La directora me dijo “¡yo no sabía nada!”, muy ofendida. Y yo: ”Perdón, es un secreto”. Pero ella era muy amorosa. Muchas de las cosas inteligentes de la maestra de la novela son de esa directora. Era muy inteligente, tenía una pedagogía increíble. Me gusta guardarlo porque está muy latente en mí pero esa parte mía no está en conversación con ellas. Proceso ciertas cosas en privado y me gusta que sea así. Soy más invisible, perfil bajo.

-Esta novela, como la anterior, se construye desde zonas grises: entre la violencia y la ternura, entre la vocación docente y la precarización laboral, entre la familia y la escuela. ¿Cómo trabajás esos espacios poco definidos y sus límites difusos?

-La escuela la pienso como un territorio muy similar a la familia, reproduce muchas de las dinámicas familiares. La misma maestra que te enseña a atarte los cordones después es la misma que te castiga, la que te deja sin recreo. Pero suceden, también, castigos más agresivos, más crueles. Todo eso pasa tanto en la casa como en la escuela. Todas las preguntas que la maestra de la novela se hace en relación a la violencia dentro del aula son las que yo me hice en su momento. De golpe, sentir que tengo que gritarle a alguien y preguntarme si estaré siendo violenta. La reflexión dentro del texto es que no es violencia ese cuerpo puesto de manera agresiva para detener a un niño que se va a lastimar. Pero sé que los límites son muy frágiles, es algo que a las maestras nos genera mucha angustia. Una vez Leopoldo Estol, un amigo que es artista, escribió: “Las contradicciones crecen en mí como yuyos”, y yo creo que la escritura es el campo donde, más que las purezas, florecen todas esas contradicciones.

-¿Y con respecto a la economía de la maestra, que tiene un rol relevante en la trama?

-Quise construirla desde su dificultad para relacionarse con el dinero. Ella viene con esa educación de asegurarse el trabajo y no el dinero. Ella varias veces sugiere que sirve para trabajar más que para gastar. Cuando una maestra quiere más sueldo, cuando los docentes hacen un paro, se les pone en juego la vocación. Son profesiones donde pareciera que si querés dinero a cambio no tenés vocación, que tu vocación tiene que estar antes que tu necesidad.

-¿Hay un punto medio entre la vocación y la precarización?

-Esta maestra viene a discutir con el mandato de que las maestras no pueden decir que no, el mandato de la vocación como un sacrificio. Como en la pandemia, que nos obligaban a ir con los barbijos, las ventanas abiertas y todos muertos de frío: un nivel de maltrato por parte del Estado que, además, la sociedad lo tiene incorporado bajo la idea de la vocación, la idea del de que las maestras trabajan por amor y vocación, y no por dinero. En esta novela, todos los personajes van teniendo un aprendizaje (como la mamá de Dylan cuando se da cuenta que puede pedir fiado, si total, ¿quién le va a reclamar plata a una muerta?), y ese es el aprendizaje de ella: atreverse a reclamar lo que le corresponde. Aprende de la valentía de sus alumnos, de Dylan sobre todo, y decide pedir el aumento que merece.

-Sin embargo, pide lo que le corresponde y no se lo dan.

-”¡Qué lástima que no puedas seguir!”, le dice la directora. A mí me gustó ese personaje porque es lo que pasa: te dicen que no. Una maestra no gana una negociación. Los docentes nunca ganan una negociación. Tienen en sus mano la educación y el futuro de los niños pero no pueden pedir el salario que merecen.

 A3O4DBIIWVEYNCA5URZGHCMVDQMarie Gouiric: "Hay cierto desánimo que a veces empieza a acumularse, y no sé si se lucha contra eso. Pero la docencia es muy mágica. Siempre algo pasa".

-La novela trata con delicadeza pero sin tapujos la presencia en la escuela del paco, que llaman “Bocanada”. ¿De dónde salió ese nombre? ¿Qué desafíos te encontraste a la hora de escribir al respecto?

-La maestra no trabaja realmente en una escuela sino en un espacio de educación no formal, de los que suele haber muchos en los barrios. En el caso real que viví (yo ya no iba cuando sucedió), la que intervino fue la directora del lugar: lo buscó, habló con él y lo llevó al Sedronar, donde estuvo un tiempo internado. Ella lo manejó como pudo, de una manera muy valiente y entregada. En la novela, fue la parte más difícil pero también la más linda y divertida de trabajar. No quería caer en lo que ya existe, esa forma amarillista de tratar estos temas. Para entender lo que no quería hacer, estuve todo un día viendo todo lo que había en internet sobre el paco. Quería ver qué sentían, entender sus efectos. Y fue en uno de esos videos que alguien decía algo como “fumo una bocanada”.

-Como escritora lesbiana, ¿creés que faltan lesbianas en la literatura argentina?

-Faltan lesbianas en la literatura como faltan en todos lados. En esta novela decidí no darle protagonismo a la sexualidad de la maestra. Pero sí siento que falta. Este amor tan grande es un libro sobre amor lesbiano. Lo escribí a propósito con la intención de tener qué leer el día que me rompan el corazón. Cuando sos lesbiana y te rompen el corazón, ¿a dónde vas?, ¿a esos poemas en los que el amor está velado y escondido? Faltan escrituras sobre lesbianas como faltan también escrituras sobre maestras. En este caso, sentí que era necesaria. Después, que haya recepción para eso es otra cosa. Pero yo creo que hace falta. Me parece increíble que las maestras alfabeticen y que sin embargo no haya literatura sobre ellas. Nadie escribe desde adentro de las aulas, y después persiste la idea de que las maestras o son santas o son idiotas.

-Por último, para terminar de unir tus dos oficios, ¿considerás que tu literatura es pedagógica?

-Me han dicho varias veces que mi escritura es pedagógica, que mis poemas se entienden, están explicados. Incluso algo que yo suelo evaluar en la narrativa es no ser sobre-pedagógica, no excederme en explicaciones. Y me doy cuenta porque lo tengo siempre. En mis relaciones, cuando hay un conflicto explico mil veces lo mismo. No pienso que la literatura deba ser pedagógoca, en general no, pero sí soy consciente de que hay algo pedagógico en mi escritura, una intención de que la otra persona pueda comprender o aprender algo, ver algo por primera vez o verlo de otra manera.

Al terminar la entrevista, con la sonrisa amable y paciente de una maestra que incita a sus alumnos a preguntar sin vergüenza y contestar sin miedo a equivocarse, la autora pregunta: “¿Te gustó la charla? ¿Te sirvió?”. Más que un hábito adquirido, la docencia es, para Gouiric, un estilo de vida, una forma de ser.

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