La naturalización de la brutalidad: cuando la ley del más fuerte se disfraza de normalidad

La creciente aceptación social de la violencia como forma legítima de imponer ideas y silenciar disidencias constituye una peligrosa regresión que erosiona el pacto democrático, normaliza la impunidad estatal y privada, y socava los principios universales de los derechos humanos al reinstalar la ley del más fuerte como árbitro de la convivencia.

DE NUESTRA REDACCIÓN22/05/2025 Adrián Giannetti
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Durante los últimos años se ha instalado una peligrosa sensación de normalidad alrededor de prácticas que antes se consideraban excepcionales: represión desproporcionada, discursos de odio, degradación simbólica del adversario y una asimetría de poder que, en la práctica, convierte la fuerza en sinónimo de razón. Esta naturalización —que aquí definiremos como bestialismo social para subrayar su dimensión instintiva y deshumanizadora— amenaza los cimientos mismos del sistema internacional de derechos humanos.

1. Un panorama global de impunidad
El secretario general de la ONU advirtió en septiembre de 2024 sobre “una era de impunidad políticamente indefendible y moralmente intolerable”: Estados y actores armados se sienten cada vez más autorizados a pisotear las normas básicas del derecho internacional sin consecuencias reales.

Amnistía Internacional, en su Informe 2025, constata que la represión de la protesta y el uso arbitrario de la fuerza han dejado centenares de muertos y miles de detenciones en todo el mundo, al tiempo que los Estados fallan sistemáticamente en investigar ejecuciones extrajudiciales y torturas.

2. Del derecho a la fuerza: el deslizamiento conceptual

  • Discurso de legitimación. Quien detenta poder recurre a narrativas de “orden”, “seguridad” o “defensa de la patria” para 
  • justificar la violencia. Así se traslada el foco del agresor a la víctima: el opositor o el manifestante se vuelve “enemigo interno”.
  • La lógica amigo-enemigo. Inspirada en Carl Schmitt, esta lógica reconfigura al adversario político como amenaza existencial. A mayor polarización, menor umbral moral para el uso de la fuerza.
  • Bestialismo mediático. El sensacionalismo y la viralidad de las redes amplifican mensajes deshumanizantes (“ratas”, “parásitos”, “terroristas”), socavando cualquier empatía con el otro.

3. Mecanismos de naturalización

  • Erosión normativa: cuando el Estado mismo vulnera las reglas —o las redefine para blindarse— el umbral de tolerancia social se desplaza.
  • Economía del miedo: el peligro (real o construido) sirve de justificación. “Seguridad” sustituye a “derechos” en la jerarquía de prioridades públicas.
  • Desconexión empática: la deshumanización reduce a la víctima a un “costo colateral”, legitimando la brutalidad.
  • Premio al autoritarismo efectivo: líderes que “hacen lo que otros no se atreven” reciben réditos electorales, reforzando el ciclo.

4. ¿Estamos ante una regresión civilizatoria?
Hannah Arendt habló de la “banalidad del mal”; Zygmunt Bauman de la “modernidad líquida” donde las barreras morales se diluyen. La naturalización actual va un paso más allá: no se trata solo de burocratizar la violencia, sino de presentarla como opción racional y hasta deseable. Cuando las sociedades aceptan que quien tiene más poder tiene razón, retrocedemos al estado de naturaleza hobbesiano, despojando de sentido al contrato social.

5. Estrategias de resistencia

  • Re-armar la empatía pública: periodismo de datos, literatura testimonial y arte que devuelva rostro y nombre a las víctimas.
  • Blindar la institucionalidad: fortalecer organismos de control y justicia transnacional para romper la lógica de impunidad.
  • Alfabetización cívica: incorporar en la educación formal el debate sobre derechos humanos, discurso de odio y resolución pacífica de conflictos.
  • Tecnología ética: regular algoritmos que premian la polarización y la violencia simbólica.
  • Redes de solidaridad: colaboración entre ONGs, movimientos sociales y academia para documentar y litigar violaciones.

 
La naturalización del bestialismo social no es un fenómeno inevitable, sino la suma de silencios, concesiones y pactos implícitos con la fuerza. Deslegitimarla requiere visibilizar sus mecanismos y restituir el principio de dignidad humana como límite infranqueable.

Como recordó el secretario general de la ONU, dejar que la “era de la impunidad” se consolide equivale a admitir que la justicia es un lujo opcional. Recuperar la primacía del derecho -y no de la fuerza- es la defensa última contra la barbarie.

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