
Agenda Cultural para este fin de semana en el Alto Valle de Rio Negro y Neuquén
Un fin de semana para emocionarse, reflexionar y vibrar con el arte local
Una voz crítica desde el Perú rompe la unanimidad del homenaje y reaviva el debate sobre el rol político del Nobel fallecido.
ACTUALIDAD - CULTURA14/04/2025Mario Vargas Llosa ha muerto a los 89 años, y con él se va uno de los escritores más influyentes de la lengua española. Pero no sólo eso. Se va también una figura que ejerció una militancia política intensa, controversial y profundamente divisiva, especialmente en América Latina. Mientras los obituarios oficiales resaltan con justicia sus méritos literarios, una voz peruana se alza para equilibrar la balanza: la de Laura Arroyo, periodista y conductora del programa El Tablero en Canal Red TV, quien con firmeza y memoria desarma la imagen de neutralidad que algunos han intentado proyectar.
“Mario Vargas Llosa no fue solo un escritor”, afirma Arroyo, “sino un intelectual orgánico que hizo política activamente desde todas las tribunas que tuvo a su disposición”. Desde ese punto de partida, su intervención se transforma en una intervención urgente y necesaria para no perder de vista el otro rostro del autor de La ciudad y los perros.
El intelectual que abrazó a la derecha global
A lo largo de los últimos años, Vargas Llosa fue virando desde una postura liberal clásica hacia un alineamiento explícito con la llamada internacional reaccionaria. Laura Arroyo lo denuncia sin eufemismos: “Fue un defensor del proyecto de la internacional reaccionaria, con sus avales a José Antonio Kast en Chile o a Bolsonaro en Brasil, de quien dijo que lo prefería a Lula da Silva”. Para la periodista, estas no fueron “polémicas” aisladas, como se ha intentado sugerir, sino posicionamientos políticos claros, que usaron el prestigio del Nobel como legitimación ideológica.
“El aval a Keiko Fujimori, la hija del dictador asesino Alberto Fujimori, para salvar al Perú del totalitarismo, habla del proyecto político de quien, repito, no fue solo un escritor”, sostiene Arroyo. En sus palabras no hay odio, sino una advertencia: “La política está en todos lados y muchas veces, bajo la excusa de la separación del escritor y su obra, obviamos que algunos personajes se hacen reconocidos por sus obras para luego desempeñar importantes papeles políticos”.
Clasismo, desprecio y una visión excluyente de la democracia
Uno de los ejes más duros del discurso de Arroyo tiene que ver con el clasismo ejercido por Vargas Llosa desde su tribuna. “Fue también un representante del clasismo más perverso, que lo llevó a calificar de salvajes a ciudadanos de la comunidad de Uchera Jai en Perú”, recuerda. Y va más allá: “Llamaron analfabeto a un presidente elegido por el voto popular como Pedro Castillo”.
Su crítica no es un simple ajuste de cuentas: es una memoria colectiva que se niega a ser borrada. “Lo importante en democracia no era votar sino hacerlo bien. Y sabemos lo que significa ‘hacerlo bien’ para quienes creen que solo algunos saben hacerlo: los salvajes, los otros, los analfabetos, los pobres, los plebeyos…”
Para Laura Arroyo, este desprecio elitista también se tradujo en su desprecio hacia figuras como José María Arguedas, de quien Vargas Llosa dijo que su obra “no constituía literatura sino antes bien etnología o folclore”.
Vargas Llosa como instrumento de legitimación del poder
Desde el rol de columnista en medios influyentes como El País o El Comercio, Vargas Llosa usó su tribuna para defender gobiernos conservadores y cuestionar cualquier alternativa popular. “Fue útil para legitimar la dictadura de Boluarte que hoy sigue en Palacio de Gobierno”, denuncia la periodista. “La presidenta que condecoró a Vargas Llosa a los meses de asumirientras, m las calles se llenaban de sangre”.
Y añade: “Nadie pensó en las familias de esos 50 peruanos muertos por la dictadura, como tampoco se pensó en las víctimas de la dictadura pinochetista cuando Vargas Llosa dijo que era muy importante que José Antonio Kast, negacionista de esa dictadura, ganara las elecciones en Chile”.
El final de una era… y el nacimiento de otras voces
Arroyo se permite también una reflexión como migrante peruana en España. Recuerda que durante años, ingresar en el círculo de Vargas Llosa era casi una obligación para quienes buscaban oportunidades. “Tal vez sea un buen día para recordar que ese tiempo de cierto vasallaje ante Vargas Llosa y su entorno, por el peso que tenía y que usaba para hacer política, ha cambiado”, sentencia.
Y con esperanza, reivindica una comunidad migrante que ya no necesita de ese respaldo: “Se organiza y autoconvoca en torno a una comunidad que ha construido también otros referentes y múltiples redes… crea y consume arte migrante, arte plebeyo, sin dádivas aristocráticas, sin entrar en los cánones de lo impuesto desde un atalaya”.
Epitafios con memoria
“Hacer memoria no es hablar mal de una persona”, dice Laura Arroyo hacia el final de su intervención. “La memoria es el ejercicio de responsabilidad democrática que ha de ejercerse en los momentos importantes”. En este sentido, rechaza los epitafios incompletos que silencian el papel político que Vargas Llosa desempeñó con fervor: “Su obra literaria le trasciende, pero también le trasciende su papel en un mundo donde retornaban los fascismos en nuevas versiones”.
“Los referentes democráticos de mi Perú existen y están en las calles antes que en la academia”, concluye. Y ese quizás sea el mayor homenaje a la verdad: recordar que ningún genio, por brillante que sea su pluma, puede escapar al juicio de la historia si ha elegido ponerse del lado del poder contra su propio pueblo.
Un fin de semana para emocionarse, reflexionar y vibrar con el arte local
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