La Difunta Correa: Una historia de fe y resiliencia en el desierto argentino

Si alguna vez recorres las rutas argentinas, especialmente las que atraviesan la región de Cuyo, tarde o temprano te vas a cruzar con un pequeño altar repleto de botellas de agua. Capaz al principio te sorprenda y te preguntes: "¿Qué significan todas esas botellas vacías?" La respuesta está en una de las leyendas populares más queridas del país: la de la Difunta Correa.

ACTUALIDAD - CULTURA15/12/2024Neuquén NoticiasNeuquén Noticias
La Difunta Correa
Deolinda Correa

La historia nos lleva al siglo XIX, en plena época de guerras civiles. Deolinda Correa era una mujer como tantas, con una familia y un marido enfermo. Al enterarse de que él había sido reclutado por un caudillo local, decidió seguirlo a través de una travesía prácticamente imposible. Imagináte caminar por un desierto abrasador, sin agua ni provisiones, con un bebé en brazos.

Cuenta la leyenda que Deolinda, agotada, no resistió las duras condiciones del camino. Cayó rendida entre las piedras y la arena del paisaje sanjuanino, consumida por la sed y el cansancio, y allí quedó sin vida. Pero su hijo, increíblemente, seguía mamando de su pecho, encontrando en ese último gesto materno el alimento necesario para sobrevivir.

Este suceso, tan duro como esperanzador, marcó el comienzo de su culto popular. Deolinda Correa, conocida desde entonces como la Difunta Correa, se transformó en un símbolo de fe, resiliencia y milagro. La gente empezó a venerarla, a pedirle favores, a contar historias de curas inesperadas, de protección en largos viajes, de consuelo para las penas del corazón.

Si andás por su santuario principal, en Vallecito (San Juan), te vas a topar con un auténtico peregrinaje: hombres, mujeres, jóvenes, abuelos, todos se acercan para agradecer los favores concedidos o pedirle una mano. ¿Y qué es eso de las botellas de agua? Sencillo: las dejan como ofrenda. Son la representación de esa sed mortal que la Difunta Correa no pudo saciar, y a la vez un símbolo de gratitud por la vida de su hijo, que sí pudo seguir adelante.

Más allá de que no sea una figura reconocida por la Iglesia, su veneración es profunda y sincera. Para muchos, la Difunta Correa es parte del paisaje espiritual argentino, un recordatorio de la fuerza de una madre, de la dureza del desierto y del poder de la esperanza, incluso en las peores circunstancias.

Así que, la próxima vez que veas esas botellas de agua apiladas junto a la ruta, ya sabés la historia que encierran: la de una mujer que cruzó el desierto por amor y, aunque no logró alcanzar su meta, dejó un legado que sigue vivo en el corazón de millones de personas.

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