La mágica y fantástica historia del Circo Dihany

Daniel Molina es cuarta generación de familia circense y se crió entre tigres, monos y leones.  Es payaso, trapecista, acróbata, mago, y también motociclista en el Globo de la Muerte. Una vida nómade y rodante, llena de fantasía

ACTUALIDAD 16/07/2023 Neuquén Noticias Neuquén Noticias
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Circo Dihany

Qué vida increíble la de Daniel Molina. Desde el tráiler del Circo Dihany en el que vive con su señora y su hija, él la cuenta como si fuese la de cualquier mortal. Pero en esta historia nada es común ni corriente, todo es extraordinario: arranca en algún lugar de la Argentina, aunque no se sepa bien dónde, porque el protagonista nace en el seno de una familia nómade, circense y rodante.
 
El pequeño Daniel se cría entre tigres, monos, camellos, osos y canguros; y cada mañana se despierta con el rugido del león. Tiene un padre que es domador, y sus abuelos son los dueños del Circo Australiano, uno de los más famosos y convocantes del país, en el que también trabajan su mamá, hermanas, abuelos, tíos, primos y toda la parentela. Para poder completar la primaria y la secundaria asiste a más de cuarenta escuelas de distintos pueblos y ciudades.

Con tantos pasos por diferentes establecimientos le cuesta recordar el nombre de algún compañero de banco. Eso sí, en geografía le va bárbaro: conoce la Argentina como nadie y la recorre de punta a punta. El analítico del secundario dirá que terminó en Azul, provincia de Buenos Aires. Y si tuviese que buscar trabajo, en su curriculum podría poner que fue payaso, trapecista, acróbata, mago, y también motociclista, desafiando a la gravedad y al estómago en el Globo de la Muerte.

Aunque parezca que ya vivió mil vidas recién tiene 34 años, y desde hace una década es el dueño del Circo Dihany, una compañía con más de 60 artistas en el escenario, que en estas vacaciones de invierno están presentando su espectáculo en la ciudad Neuquén.

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Daniel junto a Romina, que es trapecista y que en el espectáculo también participa de los números de magia. Están juntos hace más de diez años, desde el día en el que ella y sus padres se sumaron a trabajar al circo.
Ahora que la carpa está llena y que el público se ríe y aplaude, el paso por la región parece ser una especie de revancha para Daniel y su familia. Todavía tienen muy latente el recuerdo de la pandemia, y los casi dos años en los que quedaron varados en Cipolletti. Al principio dejaron todo el circo armado, con la ilusión de que pronto iban a poder volver a trabajar.

Nada de eso pasó. “Desarmamos todo, bajamos la carpa, y el dinero empezó a acabarse”, recuerda Daniel con tristeza. Pero si hay algo que saben hacer los que trabajan en ese rubro son malabares, así que para sobrevivir vendieron pollos a la parrilla, salieron por los barrios a vender algodones de azúcar, pochoclos y manzanitas endulzadas. Otros compañeros cortaron leña y limpiaron casas. “Somos gente muy luchadora que hicimos lo que hiciera falta para subsistir hasta poder volver a trabajar de lo nuestro”, cuenta Daniel, quien agrega que el circo reabrió recién en septiembre de 2021, en la ciudad de Allen.

Sobreponerse a las adversidades y sacar adelante un circo es algo que Daniel lo trae en los genes. Por parte de madre, es cuarta generación de los Yovanovich, tal vez el apellido más tradicional en la industria del circo. Una familia que llegó de la antigua Yugoslavia hace más de un siglo, y que en la calle y a la gorra realizaba espectáculos de acrobacias. Fueron los pioneros de la actividad en la Argentina. Con el tiempo compraron su primera carpa, los primeros vehículos y pudieron armar circos de la talla del Australiano o el Servian.

Tan circense es esta familia, que entre primos y tíos, los parientes de Daniel son dueños de 20 de los aproximadamente 100 circos que funcionan en la actualidad. En 2012 los padres de Daniel se sumaron a la categoría de propietarios: a modo de herencia, la abuela les dio una carpa, dos semirremolques y un camión. “Así pudimos arrancar, y trabajando con mucha humildad y sacrificio tenemos esto”, dice Daniel, el ahora dueño del circo, quien devela el truco para que el negocio sea rentable: “hay que saberlo administrar. Lleva mucho tiempo, dedicación y mucho amor y respeto hacia el público. Todo lo que ganamos lo invertimos en el circo, ya sea para mejorar la infraestructura o el nivel de vida”.

Eso que Daniel llama mejorar la calidad de vida representa agregarle confort a este tráiler al que en realidad no le falta nada. Tiene un televisor de 50 pulgadas, internet, sillón, heladera, cocina, lavarropas, calefacción, aire acondicionado y habitaciones separadas. Hasta perros tienen, tres pichichos que custodian la entrada. “Es básicamente lo mismo que vivir en una casa, sólo que un espacio más reducido”, dice su mujer, Romina, que es trapecista y que en el espectáculo también participa de los números de magia. Están juntos hace más de diez años, desde el día en el que ella y sus padres se sumaron a trabajar al circo. “Empezamos juntos separando caños y lonas para armar la carpa y terminamos formando nuestra familia”, dice Daniel.

Daniel Molina desde hace una década es el dueño del Circo Dihany, una compañía con más de 60 artistas en el escenario, que en estas vacaciones de invierno están presentando su espectáculo en la ciudad Neuquén.circo-dihany-5jpg

De vecinos tienen a las otras 13 familias y más de 50 artistas que forman parte de esta compañía artística. En esta especie de barrio móvil en el que se ha convertido el predio de AFUVEN, el staff completo vive en tráileres, casas rodantes y casillas. Compartiendo este estilo de vida nómada y aventurera, aquí también viven los padres de Daniel, una de sus hermanas, y dos sobrinos. “En el circo de mis abuelos también había muchos tíos y primos. Había muchos más familiares”, recuerda Daniel.

Aunque haya tenido muchas temporadas establecido en un solo lugar, aunque su celular tenga característica de Córdoba, y aunque haya nacido en la localidad de Cruz del Eje donde todavía viven muchos parientes a los cuales visita, lo cierto es que Daniel no tiene una casa ni un lugar al cual volver. “Lugar fijo no tenemos porque estamos todo el año de gira”, dice. Eso sí, en diciembre religiosamente se toman tres semanas de descanso. Algunos lo aprovechan para pasear, otros para visitar familiares, y otros directamente se quedan en el circo.

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Los que no se quedaron en el circo fueron los animales. Ni el tigre, ni los caballos, ni el canguro con el que Daniel siendo todavía un niño compartía escenario en el número del “canguro boxeador”. A partir de lo que fue la prohibición de su uso y participación en espectáculos circenses, en el año 2010 la familia los donó a diferentes zoológicos y reservas del país. Según Daniel, esta transición “costó y fue complicada porque mucha gente venía exclusivamente a ver los animales. De hecho podía conocerlos a partir de la llegada del circo a su pueblo. Pero nos reinventamos mejorando el espectáculo y la infraestructura”.

El circo Dihany se quedará en Neuquén hasta el Día de las infancias. Después tocará desarmar la carpa, encarar nuevamente la ruta, la caravana de las maravillas y el destino incierto, en búsqueda de ese nuevo público y el aplauso renovado que a Daniel le despierta todo tipo de adrenalina. “Me siento un privilegiado por haber nacido en el circo”, concluyó.

 LM

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