
Manuel Puig y la sexualidad total
Las lecturas sobre Manuel Puig se multiplican. Sus novelas se reeditan, sus piezas teatrales se reponen y las películas basadas en sus libros se vuelven a exhibir
ACTUALIDAD30/12/2022
Las lecturas sobre Manuel Puig se multiplican. Sus novelas se reeditan, sus piezas teatrales se reponen y las películas basadas en sus libros se vuelven a exhibir. La relación de Puig con la disidencia va mucho más allá de El beso de la mujer araña. SOY repasa tres de sus novelas clave que dejan ver sus hipótesis acerca de la relación entre sexualidad, pensamiento de izquierda y libertad.
La traición de Rita Hayworth (1968)
Cuenta la leyenda que mientras escribía un guion basado en su infancia en General Villegas, Manuel Puig oyó la voz de una tía que no se quería callar. Su monólogo siguió y siguió hasta convertirse en lo que hoy se conoce como “el accidente de 30 páginas de banalidades”. Sin darse cuenta, Puig se había puesto a escribir su primera novela: La traición de Rita Hayworth. Allí narra en clave autobiográfica el conflicto de un niño mimado por su madre, rechazado por su padre y acosado por sus compañeros en torno a una misma injuria: “maricón”.
Si bien se trata de un relato coral en el que interviene una amplia galería de personajes, sus discursos orbitan en mayor o menor medida alrededor de un personaje central: José L. Casals o, como todos en el pueblo lo conocen: Toto. A lo largo de las décadas del 30 y del 40, la novela acompaña su paso de una infancia llena de ilusiones a una adolescencia cruel y oscura. Al principio, Toto es el niño consentido de mamá, que lo lleva siempre al cine a ver películas de Hollywood. Seducido por ese mundo de estrellas y glamour, Toto rápidamente encuentra en la pantalla un refugio donde resguardarse de la realidad pueblerina. Sin embargo, esa sordidez no tarda en alcanzarlo cuando ese apego materno se convierte en la sospecha de su potencial homosexualidad. Por presión social el vínculo se rompe y Toto debe encontrar la forma de insertarse en un sistema que no admite términos medios entre varones dominantes y mujeres sumisas.
Cuando fue publicada en 1968, La traición de Rita Hayworth introdujo novedades formales que se convirtieron en la marca registrada de Puig: la ausencia de un narrador y la profusión de tecnologías de la palabra. Pero también les dio una voz a las vecinas, los niños y los homosexuales para mostrar cómo los dispositivos de poder reprimen la sexualidad. Semejante osadía no podía ser pasada por alto en pleno gobierno de Onganía y Puig tuvo que padecer la censura desde el comienzo de su carrera literaria. Al advertir “obscenidades” en el texto, el linotipista de la editorial Sudamericana informó que no continuaría con su trabajo por temor a las represalias del gobierno. La novela vio finalmente la luz de la mano de la editorial Jorge Álvarez, que ya se había enfrentado a la censura con Nanina de Germán García.
The Buenos Aires Affair (1976)
A comienzos de los 70 Manuel Puig estaba en la cresta de la ola. La publicación de su segunda novela Boquitas pintadas en 1969 lo había convertido en un indiscutible bestseller y lo había llevado a la portada de la revista Gente. El éxito era tanto comercial como crítico y las expectativas para su tercera novela eran altas. Ocupado supervisando las traducciones que se multiplicaban de sus dos primeros libros, Puig se demoró hasta abril de 1973 para publicar The Buenos Aires Affair.
Ambientada en la antesala del Cordobazo, el problema central de la novela es el sexismo como sinécdoque de la violencia que se vivía en el país. Sus protagonistas son Gladys Hebe D’Onofrio, una artista plástica neurótica y depresiva, y Leopoldo Druscóvich, un crítico de arte con serios problemas para manejar la ira. Ambos personajes son presentados en calidad de “casos” psicoanalíticos y el desarrollo de la historia de Leo hace especial hincapié en la construcción de su masculinidad. Tras la muerte de su madre después del parto, su crianza queda en manos de sus hermanas. El padre ausente por trabajo solo vuelve al hogar para reforzar los estereotipos de género en la crianza de su hijo. Durante sus años escolares el descomunal tamaño de su pene lo vuelve objeto de admiración para sus compañeros, pero también se vuelve un elemento de presión para desempeñar una masculinidad con la que no se identifica. Obligado por el medio a ejercer el papel de hombre fuerte, únicamente encuentra estímulo sexual en la resistencia a su fuerza.
Durante un viaje en colectivo por la ciudad, tiene un episodio de levante con un homosexual. En la discresión de un baldío abandonado, Leo se dispone a penetrarlo, pero al revelar su sexo superdotado, el partenaire se asusta e intenta escapar. Excitado por esa muestra de resistencia, Leo lo deja inconsciente de un ladrillazo en la cabeza y lo penetra. Asustado por la sangre y la espuma que sale de su boca, lo abandona. Sin embargo, el recuerdo de este episodio lo acecha constantemente. No como la culpa de un crimen cometido, sino como prueba irrefutable de una homosexualidad reprimida.
A pesar de ser un éxito de ventas, The Buenos Aires Affair recibió mayormente críticas negativas. La sensación de estar siendo perseguido y el inestable clima político hicieron que Puig saliera del país. En enero de 1974 la División Moralidad de la Policía Federal secuestró de las librerías todas las copias de The Buenos Aires Affair. En abril fueron devueltas con los pasajes que incluían referencias a la represión durante el primer peronismo y detalles “obscenos” censurados con corrector blanco. A continuación, el libro fue prohibido como pornografía y Puig pasó a formar parte de una lista negra. En diciembre del mismo año, mientras permanecía en México, su familia recibió una amenaza telefónica de la Triple A que selló su destino de exilio definitivo.
El beso de la mujer araña (1973)
En 1976 Manuel Puig publicó en España El beso de la mujer araña, su cuarta novela. Temeroso de las represalias que pudieran caer sobre su familia en plena dictadura, intentó demorar la salida del libro lo más posible, hasta que la editorial Seix Barral tomó la decisión de lanzarlo. Era la primera vez que un libro de Puig no era publicado en la Argentina, donde la Junta Militar había renovado la prohibición que pesaba sobre su nombre. Sin embargo, El beso de la mujer araña estaba claramente dirigida al público argentino a manera de un ajuste de cuentas y, al mismo tiempo, resistencia.
Desde muy temprano Manuel Puig detectó en la crítica un signo de homofobia en el desprecio con que muchas veces se expresaba hacia su literatura. Muchas veces sus novelas eran consideradas peligrosamente frívolas para la época. Esa sensación lo llevó a participar en agosto de 1971 de la fundación del FLH (Frente de Liberación Homosexual). La agrupación quería poner fin a la violencia contra los homosexuales y así alcanzar la igualdad. Sus principales interlocutores eran los sectores de izquierda y el peronismo más progresista. Su estrategia retórica era tautológicamente convincente: la revolución social será sexual o no será. De lo contrarío, seguirían reproduciendo el esquema de explotación capitalista en las relaciones sexuales. El esfuerzo fue en vano y el FLH recibió un rechazo casi unánime. Puig propouso una resolución utópica a este conflicto con El beso de la mujer araña.
En la cárcel de Devoto y durante el gobierno de Isabel Perón, Molina y Valentín, un homosexual y un militante de izquierda, deben compartir una celda y descrubrir cómo vivir juntos. La habitual pluralidad de recursos de Puig se reduce en esta novela casi exclusivamente a uno: el diálogo. A través de la palabra, los dos presos empiezan a conocerse. Para pasar el tiempo, Molina cuenta películas y a cambio, Valentín intenta “educarlo” políticamente. Sin embargo, termina siendo él quien tiene algo que aprender y gracias a Molina, consigue abrir la jaula de su sexualidad.
En sintonía con los debates que se mantenían al interior del FLH, Puig intervino El beso de la mujer araña con una serie de notas al pie informativas sobre la homosexualidad. Luego de citar innumerables fuentes teóricas, en la última nota y enmascarado en la voz de una supuesta doctora danesa llamada Anneli Taube, Puig introdujo por primera vez sus hipótesis sobre la sexualidad. Allí reconoce el inconformismo revolucionario de la homosexualidad, en tanto implica una resistencia a los roles de género impuestos por la sociedad. Pero también advierte sobre su actitud imitativa de los defectos de la heterosexualidad por parte de los sectores más aburguesados. Al final, admite que la irrupción de el movimiento de liberación femenina introdujo un cambio radical al enjuiciar los roles de género tradicionales y que prueba de ello es la formación de frentes de liberación homosexual.
El error gay (1990)
Además del enorme éxito comercial y crítico que significó El beso de la mujer araña en todas sus versiones (novela, obra de teatro, película, musical), también convirtió a Puig en objeto de interés de publicaciones dirigidas al público homosexual. En cada una de esas oportunidades, siguió desarrollando sus hipótesis sobre la sexualidad. Entrevistado por la revista estadounidense Christopher Streeet en 1979, Puig advierte el peligro de pensar la homosexualidad como algo diferente de la heterosexualidad y segregarse. Para él, eso va en contra de la única sexualidad natural: la sexualidad total. En un reportaje otorgado a la revista brasileña Lampião da Esquina en 1980, vuelve a llamar la atención sobre la formación de “guetos”. Si bien reconoce la necesidad de defender una posición de minoría atacada, eso solo debe ser el medio para un fin: la sexualidad total. En 1981, entrevistado por la revista francesa Masques, Puig propone como ideal la bisexualidad, pero admite que estamos siempre limitados por nuestra educación.
Su idea termina de ser elaborada en una conferencia sobre censura de 1984 y con la publicación del artículo “El error gay” en 1990. En ambos casos, Puig afirma que la homosexualidad no existe. Como Foucault, reconoce que la sexualidad está atravesada por una relación de poder, que la embiste de una trascendencia moral que no tiene por naturaleza. Así como la heterosexualidad es un producto histórico-cultural de la represión, también lo es la homosexualidad. Su conclusión es que se debe buscar la integración para entrar al ámbito de la sexualidad libre. No obstante, vuelve a reconocer que su posición es utópica y que los daños ocasionados por nuestra educación son demasiados.
Si bien Puig no se dejaba definir por la orientación de sus pasiones, la forma de pensar y elaborar su relación con la homosexualidad se mantuvo en su escritura como una discusión que nunca abandonó ni dejó de abandonar. Incluso en 1990 antes de morir, sabía que la igualdad necesaria para alcanzar su utopía estaba lejos de ser alcanzada. Puig no llegó a experimentar la discriminación que volvería a envolver la homosexualidad en el pico de la crisis del sida. Tampoco alcanzó a sentir la necesidad de alinear fuerzas como identidad comunitaria durante lo que se sintió como un exterminio. Si bien ha habido avances significativos en materia de derechos, sabemos que la historia no se mueve en una sola dirección. En un contexto donde la sigla de la comunidad sexodisidente acumula cada vez más letras y el arcoiris, más colores, cabe preguntarse si estamos tocando con las manos lo que Deleuze y Guattari llamaron “los mil pequeños sexos”: múltiples combinaciones moleculares que ponen en juego al sujeto consigo mismo y en relación de cada uno en el otro con lo animal, lo vegetal, etc. En una entrevista que le hicieron en 1973, Puig afirmó: “La liberación sexual es la posibilidad de goce con una persona, con una mesa, con cualquier cosa, porque el sexo es el elemento de juego que se tiene para alegrar la vida”.


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