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La firma de un swap de divisas por 20.000 millones de dólares entre el Tesoro de Estados Unidos y el Banco Central argentino reconfigura el tablero geopolítico regional. Las declaraciones del secretario del Tesoro, Scott Bessent —quien afirmó que Milei “tiene el compromiso de sacar a China de la Argentina”— generaron una dura respuesta de la diplomacia china, que acusó a Washington de mantener una mentalidad de Guerra Fría e intentar “sembrar discordia” en América Latina. En el trasfondo, la economía argentina, en crisis de liquidez, se convierte en terreno de disputa entre dos potencias globales que buscan moldear el rumbo estratégico del país.
INTERNACIONALES11/10/2025
NeuquenNews
El anuncio del secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, marcó un punto de inflexión en la relación bilateral entre Buenos Aires y Washington. En un extenso comunicado publicado en su cuenta oficial de X, Bessent informó que el Tesoro estadounidense había cerrado un swap de divisas por 20.000 millones de dólares con el Banco Central de la República Argentina, además de comprar directamente pesos argentinos como parte de un programa destinado a estabilizar los mercados y apuntalar las reservas del país.
El funcionario describió la situación argentina como un “momento de grave iliquidez”, y aseguró que la comunidad internacional —incluido el Fondo Monetario Internacional— “apoya unánimemente la prudente estrategia fiscal” del presidente Javier Milei. Pero fue su frase más política la que encendió las alarmas:
“Milei tiene el compromiso de sacar a China de la Argentina”, dijo Bessent, afirmando que la administración Trump está decidida a fortalecer a los “aliados que den la bienvenida al comercio justo y la inversión estadounidense”.
De esa forma, el swap financiero se convirtió de inmediato en una declaración de principios: Estados Unidos no sólo busca sostener económicamente a la Argentina, sino reposicionarla dentro de su órbita geopolítica.
El mensaje implícito fue claro: el apoyo financiero estadounidense no es incondicional, sino parte de una estrategia mayor para reducir la influencia de China en América Latina, donde el gigante asiático ha ganado terreno en la última década mediante inversiones, créditos, obras de infraestructura y acuerdos energéticos.
La respuesta de China: “América Latina no es el patio trasero de nadie”
Pocas horas después del anuncio, la Embajada de China en la Argentina emitió una declaración pública con un tono inusualmente duro.
En el documento, titulado “Declaración del Portavoz de la Embajada de China sobre las palabras del Secretario del Tesoro de EE. UU., Scott Bessent”, se acusa al funcionario estadounidense de sostener “una mentalidad arraigada en los tiempos de la Guerra Fría”, caracterizada por la confrontación y el intervencionismo.
El texto sostiene:
“Las provocadoras declaraciones del señor Bessent dejaron de manifiesto la mentalidad propia de los tiempos de la Guerra Fría, que sigue caracterizando a algunos funcionarios estadounidenses, movidos por un ánimo de confrontación e injerencia en los asuntos de otras naciones soberanas.”
Más adelante, el comunicado recalca que China impulsa con América Latina “acciones de cooperación basadas en el respeto, la igualdad, la colaboración y el beneficio mutuo”, y acusa a Estados Unidos de practicar “hegemonía y bullying” en la región.
“Scott Bessent y Estados Unidos deben entender que América Latina y el Caribe no son el patio trasero de nadie”, agrega el texto. “Sería mejor que Estados Unidos deje de sembrar discordia y de crear problemas donde no los hay, para hacer más aportes reales al desarrollo de la región que dice defender”.
En lenguaje diplomático, este tipo de respuesta equivale a una nota de protesta formal, un gesto que pone de relieve la gravedad con que Pekín interpretó las declaraciones de Bessent.
Argentina en medio del tablero: vulnerabilidad y pragmatismo
La Argentina se encuentra en una posición particularmente delicada. La economía atraviesa un cuadro de sequía de reservas internacionales, recesión prolongada y una inflación que, aunque en descenso, mantiene elevados niveles de presión social.
El swap estadounidense ofrece oxígeno inmediato, pero también implica alineamientos políticos difíciles de eludir.
El país mantiene desde hace años acuerdos de intercambio de monedas con China, por un monto que ronda los 18.000 millones de dólares, además de proyectos de infraestructura conjunta —como represas en Santa Cruz, la estación espacial de Bajada del Agrio y contratos energéticos en Vaca Muerta—. Esos vínculos forman parte del entramado de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, de la cual Argentina es miembro desde 2022.
Un eventual “desacople” con China, como sugiere Bessent, no solo sería diplomáticamente complejo: afectaría sectores estratégicos del comercio exterior, dado que China es el segundo socio comercial de la Argentina después de Brasil, y uno de los principales compradores de soja, carne y litio.
No sorprende, por ello, que el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, saliera rápidamente a matizar las palabras de Bessent:
“No hay ningún motivo para excluir a China”, aseguró, afirmando que la cooperación con el país asiático se mantiene “dentro de los márgenes normales de una relación bilateral”.
La aclaración no fue menor: Argentina necesita tanto los dólares de Washington como las inversiones de Beijing, y un alineamiento total con uno de los polos podría significar un costo económico insostenible.
El trasfondo: una nueva versión de la vieja Guerra Fría
Más allá del lenguaje técnico, el episodio revela la continuidad de una lógica de bloques en el sistema internacional.
Estados Unidos intenta reconstruir su influencia en América Latina, una región donde China ha desplazado progresivamente a Washington como principal socio comercial y financiero. Desde 2005, el país asiático ha invertido más de 130.000 millones de dólares en proyectos latinoamericanos, y ha extendido su red de swaps de divisas a Brasil, Chile y Argentina.
La administración Trump 2.0 busca revertir esa tendencia utilizando instrumentos financieros como herramientas de política exterior, una práctica que recuerda al Plan Marshall, pero con objetivos distintos: sostener aliados ideológicos y aislar a los adversarios estratégicos.
En este caso, el apoyo a Milei no sólo tiene un componente económico: es un respaldo político a un gobierno ultraliberal que comparte el discurso antiestatista y promercado que promueve el trumpismo.
El mensaje de Bessent fue explícito:
“El éxito de la agenda de reformas de Argentina es de importancia sistémica, y una Argentina fuerte y estable que contribuya a un hemisferio occidental próspero redunda en el interés estratégico de Estados Unidos.”
China, por su parte, respondió con su propio marco conceptual: soberanía, no injerencia, cooperación Sur-Sur y respeto mutuo. Dos lenguajes diferentes para describir dos modelos de poder que se enfrentan cada vez más abiertamente.
Lo que está en juego
El caso argentino no es un episodio aislado. Es una pieza de una disputa global por influencia económica y política en el sur global, donde los países endeudados o con escasa liquidez se convierten en escenarios de competencia entre potencias.
Argentina, con su peso energético, su litio y su potencial exportador, representa un punto de alto valor estratégico.
Para Washington, consolidar un aliado como Milei significaría una victoria simbólica y práctica en su disputa con China.
Para Beijing, perder pie en Buenos Aires sería un golpe en la estrategia de expansión de su presencia en Sudamérica.
En el corto plazo, el gobierno argentino busca capitalizar la asistencia estadounidense sin romper con China. Pero el equilibrio es frágil: cada decisión de política exterior o comercial podría ser interpretada como una señal de alineamiento o de traición.
Entre la necesidad y la soberanía
El swap de divisas de 20.000 millones de dólares no es solo un rescate financiero. Es una declaración de posicionamiento geopolítico.
Las palabras de Bessent —y la inmediata reacción china— muestran que Argentina ha vuelto a ocupar un lugar en el mapa de la competencia global entre potencias.
La pregunta de fondo es si el país puede navegar esa tensión sin perder su autonomía.
En tiempos de crisis, el dinero nunca es gratis, y las alianzas estratégicas suelen tener un precio más alto que el financiero.
El desafío de Milei será no convertir la liquidez en dependencia.
Y el de la Argentina, recordar que la soberanía se defiende también en el lenguaje con el que se firman los acuerdos

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