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El equilibrio precario en la política exterior (El Tábano Economista)
En los últimos diez años, la deuda argentina se multiplicó hasta niveles que condicionan el presente y comprometen el futuro. Entre promesas de inversión, refinanciaciones eternas y ajustes que nunca cierran, la deuda dejó de ser un instrumento financiero para convertirse en un grillete político y social.
DE NUESTRA REDACCIÓN05/09/2025 Adrián Giannetti
En diciembre de 2015, al final del ciclo kirchnerista, la deuda bruta de la Administración Central rondaba los USD 240.000 millones, con una proporción cercana al 70% en moneda extranjera. La deuda externa total de la economía ascendía a USD 157.000 millones.
Para diciembre de 2019, tras la ola de colocaciones y el préstamo récord del FMI durante el gobierno de Macri, la deuda trepó a USD 323.000 millones. La deuda externa total alcanzó los USD 277.000 millones. Fue el regreso al ciclo clásico: se abrió la canilla del crédito externo, se financió la fuga de capitales, y se terminó en default selectivo.
En diciembre de 2023, ya con la administración de Alberto Fernández concluida, la deuda pública superaba los USD 370.000 millones, y la deuda externa total estaba en torno a los USD 285.000 millones. El país había atravesado un canje de bonos y un acuerdo frágil con el FMI, pero la carga no cedió: solo se estiraron plazos a cambio de más condicionamientos.
En junio de 2025, con Javier Milei en la Casa Rosada, la deuda bruta ya supera los USD 465.000 millones, casi el doble de 2015. La deuda externa total se mantiene cerca de los USD 278.000 millones, mostrando estancamiento en el frente externo, pero con una estructura interna cada vez más pesada y riesgosa.
Una década hipotecada
Los números son contundentes: en diez años, la deuda de la Administración Central creció más de 220.000 millones de dólares, un salto superior al 90%. Y lo más grave no es solo el monto, sino la lógica que la sostiene:
Endeudarse para sobrevivir, no para invertir: los recursos no se tradujeron en infraestructura, tecnología o desarrollo productivo. Se consumieron en gasto corriente, pagos de vencimientos y fuga.
Acreedores oficiales cada vez más influyentes: el FMI volvió a ocupar un lugar central, condicionando la política económica interna con la consecuente perdida de la soberanía económica.
Mayor peso en moneda local, pero sin estabilidad: el intento de desdolarizar parcialmente la deuda se choca contra la inflación y la falta de confianza en el peso.
Reestructuraciones como norma: el país vive atado a canjes y renegociaciones permanentes, donde el alivio es temporal y la hipoteca eterna.
De la herramienta al grillete
La deuda, que debería ser un instrumento para financiar el desarrollo, se convirtió en un grillete político que atraviesa gobiernos de distintos signos. Todos prometieron administrar mejor, pero ninguno logró romper el círculo vicioso.
La consecuencia es doble: por un lado, un Estado atrapado en compromisos financieros que limitan cualquier margen de maniobra; por el otro, una sociedad condenada a convivir con ajustes, tarifazos y recortes dictados desde afuera.
La década 2015-2025 pasará a la historia como una década hipotecada, donde el crecimiento de la deuda fue el reflejo más fiel de un país que nunca logra ordenar sus cuentas, pero que tal vez, esta vez no encuentre un nuevo acreedor dispuesto a financiar su próxima ilusión.
De la "pesada herencia" a la oportunidad perdida
1. Contexto económico al final del kirchnerismo (2015)
Cuando Mauricio Macri asumió en diciembre de 2015, la economía argentina mostraba los siguientes rasgos:

Reservas internacionales debilitadas.
El Banco Central tenía reservas brutas cercanas a 25.000 millones de dólares, de las cuales una parte importante eran préstamos o swaps con China y encajes de depósitos (no dólares “líquidos”).
Cepo cambiario.
Desde 2011 regía un sistema de fuertes restricciones a la compra de divisas. Existía una brecha del 40–50% entre el dólar oficial y el paralelo (“dólar blue”).
Déficit fiscal creciente.
El déficit primario en 2015 rondaba el 3,8% del PBI y el déficit financiero (incluyendo intereses) el 5,8% del PBI. Se financiaba mayormente con emisión monetaria del BCRA.
Aislamiento de los mercados internacionales.
Argentina estaba fuera del crédito voluntario desde el default de 2001. En 2014 hubo un acuerdo con el Club de París y en 2015 el fallo adverso de Griesa en Nueva York por los fondos buitre mantenía cerrada la posibilidad de financiamiento externo.
Estancamiento económico.
Entre 2012 y 2015 el PBI tuvo oscilaciones, pero no hubo crecimiento sostenido. En 2014 hubo recesión y en 2015 una recuperación débil.
Pobreza y empleo.
La pobreza estaba en torno al 29% (según mediciones privadas, ya que el INDEC no publicaba datos confiables). El desempleo estaba en torno al 6–7%, relativamente bajo, pero con precariedad laboral en aumento.
2. ¿Era una crisis?
Se trataba más bien de una economía estancada y tensionada, con un esquema que requería correcciones. El problema fue el modo en que Macri eligió encarar esos desequilibrios: levantó de golpe el cepo, liberalizó el ingreso de capitales y apostó al endeudamiento masivo externo, lo que abrió otra crisis mucho más profunda hacia 2018–2019.
3. Balance crítico
La “crisis heredada” fue real como conjunto de desequilibrios, pero no era terminal. Argentina tenía problemas de inflación, atraso tarifario y falta de acceso a los mercados, pero contaba con bajo nivel de deuda externa y un sistema financiero sólido.
El macrismo convirtió esa herencia en argumento político para justificar su estrategia de apertura financiera, que terminó dejando una herencia peor: deuda récord, inflación más alta y el regreso al FMI con un préstamo histórico.

El equilibrio precario en la política exterior (El Tábano Economista)

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