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El equilibrio precario en la política exterior (El Tábano Economista)
El antisemitismo es un prejuicio histórico contra los judíos que hay que denunciar sin ambigüedades. Pero al mismo tiempo, cuestionar el Estado de Israel, su origen, el desplazamiento palestino y la violencia continuada no es automáticamente antisemitismo. Se trata de asuntos distintos que conviene distinguir con claridad.
DE NUESTRA REDACCIÓN10/11/2025
NeuquenNews
El término “antisemitismo” se usa para describir la hostilidad, prejuicio o discriminación dirigidos a los judíos como grupo religioso, étnico o cultural. Por ejemplo, el trabajo del International Holocaust Remembrance Alliance (IHRA) señala que “la crítica a Israel similar a la que se hace a cualquier otro país no puede considerarse antisemitismo”. En otras palabras: el antisemitismo es un tipo de odio específico hacia los judíos, que puede manifestarse como violencia, estereotipos (“los judíos controlan el mundo”, “son traidores”), discriminación institucional o cultural, e incluso negación del Holocausto.
¿Por qué condenar los hechos en Palestina no es automáticamente antisemitismo?
Cuando una persona critica al Estado de Israel, sus políticas o su actuación, hay tres preguntas que ayudan a distinguir entre crítica legítima y antisemitismo:
¿La crítica se dirige a una política concreta, a un gobierno, a decisiones, leyes o acciones, o está dirigida contra los judíos en cuanto tales?
Si es sobre el gobierno de Israel, su ocupación, sus decisiones militares, su trato a la población palestina: eso es política.
Si se afirma que “los judíos” como conjunto tienen la culpa, o se les atribuye una conspiración mundial, o se niega su derecho a existir por ser judíos: ahí se cruza la línea del antisemitismo.
¿Se evita el uso de estereotipos antijudíos conocidos (como “los judíos manipulan el dinero/los medios”, “son pocos pero mandan”, “son intrínsecamente perversos”)?
El antisemitismo moderno suele apoyarse en esas ideas.
Una crítica a una política israelí que no recurre a esos estereotipos puede ser legítima. ¿El marco de la crítica es universal, coherente y orientado a los derechos humanos, o solo se aplica a Israel y judíos, mientras otras situaciones similares quedan silenciadas?
Si solo se aplica un doble rasero, puede haber sesgo o instrumentalización del discurso.
Por tanto, lo que está ocurriendo en Palestina —desplazamiento, ocupación, bombardeos, bloqueos, la utilización del hambre y la sed como armas— puede y debe ser objeto de condena y análisis político sin que ello implique, de entrada, antisemitismo. Son asuntos de derecho internacional, derechos humanos y justicia.
Origen del Estado de Israel y la Nakba palestina
Para comprender el conflicto, conviene repasar brevemente cómo se formó el Estado de Israel y qué impacto tuvo para la población palestina.
Tras la Primera Guerra Mundial, el territorio de Palestina quedó bajo mandato británico.
El movimiento sionista promovió la migración de judíos europeos al territorio, pensando en un Estado judío. Al momento de la partición de 1947, la población era mayoritariamente árabe-palestina. Con la creación del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948, comenzó la guerra árabe-israelí de 1948 y el fenómeno que los palestinos llaman Nakba (la “catástrofe”): más de 700.000 palestinos fueron desplazados, decenas de aldeas destruidas, y se consolidó un Estado basado en la mayoría judía.
Esa expulsión y desposesión marcaron el inicio de un ciclo prolongado de conflicto, ocupación, asentamientos, desplazamientos y derechos negados que hasta hoy generan sufrimiento y reclamos de justicia.
Dicho de otro modo: el hecho de que Israel se creara en un territorio donde vivían palestinos y que gran parte de esa población haya sido desplazada por la fuerza no es una “teoría” conspirativa, sino un hecho histórico documentado. Y ese contexto también es relevante para entender la crítica actual.
¿Por qué la equidad importa en este debate?
Aun reconociendo el dolor de los judíos —histórico y presente—, también debemos reconocer el sufrimiento de los palestinos. Cuando el derecho internacional habla de “desplazamiento forzado”, “ocupación”, “bloqueo” y “destrucción de infraestructura civil”, se trata de evaluar hechos concretos.
Negar o censurar esa evaluación, aduciendo automáticamente “antisemitismo”, equivale a no permitir la crítica de un poder. Es decir: hay un riesgo de que el discurso sobre antisemitismo se use para silenciar la denuncia de injusticias. Por eso es importante separar con claridad:
El antisemitismo sigue siendo una forma grave de discriminación. Entenderlo, denunciarlo, educar sobre sus formas es indispensable. Pero también lo es que no se utilice la etiqueta “antisemita” para cerrar el debate sobre lo que ocurre en Palestina. Porque criticar el origen del Estado de Israel, la Nakba, los desplazamientos palestinos o las políticas de ocupación no es automáticamente odio a los judíos. Es, más bien, exigencia de justicia, de igualdad y de derechos humanos universales.
En tiempos donde el dolor y la sangre no entienden de identidades, separar los conceptos —y tratarlos con honestidad— es parte de una tarea civilizadora imprescindible.

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