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El precio oculto del petróleo: cuando el agua se convierte en víctima silenciosa

Mientras Texas enfrenta sequías históricas, las empresas de petróleo y gas extraen miles de millones de litros de agua de sus ríos. La historia resuena con fuerza en Vaca Muerta, donde la creciente expansión hidrocarburífera obliga a preguntarnos: ¿cuánto más podemos ignorar la huella hídrica de esta industria?

MEDIO AMBIENTE20/05/2025NeuquenNewsNeuquenNews
Una operación de perforación petrolera en las orillas del embalse de Red Bluff en el condado de Reeves, Texas

La escena parece sacada de un guion distópico, pero es pura realidad: en Texas, una de las regiones más activas en explotación hidrocarburífera del mundo, las compañías de petróleo y gas han utilizado más de 39 millones de metros cúbicos de agua dulce del Río Grande y del Río Pecos entre 2021 y 2024. Esa cantidad —equivalente al consumo doméstico anual de 113.500 hogares— se inyectó en el subsuelo como parte de la técnica del fracking, que utiliza grandes volúmenes de agua mezclada con productos químicos para liberar gas y petróleo atrapado en formaciones rocosas.

La paradoja no podría ser más cruel: mientras las poblaciones rurales y las ciudades imponen restricciones severas por la falta de agua potable, los pozos de petróleo se mantienen activos, alimentados por los caudales de ríos cada vez más menguantes. La consecuencia es doble: no solo se extrae agua en un contexto de escasez crítica, sino que además esa agua -una vez utilizada- se pierde para siempre del ciclo natural.

El espejo que nos devuelve Vaca Muerta

Lo que sucede en Texas no es un caso aislado, sino una advertencia de lo que puede ocurrir -o ya ocurre en silencio- en otras regiones con una fuerte actividad no convencional. Vaca Muerta, en la Patagonia argentina, es uno de los reservorios de shale más grandes del planeta. En este escenario de crecimiento exponencial, el uso del agua para fracking se ha convertido en un tema sensible y cada vez más urgente.

Según datos del Ente Provincial de Agua y Saneamiento (EPAS) y de la Subsecretaría de Ambiente de Neuquén, un solo pozo de fracking puede utilizar entre 10 y 30 millones de litros de agua (entre 10.000 y 30.000 metros cúbicos), dependiendo del diseño del pozo y de la formación geológica. Con cientos de pozos activos por año, los volúmenes son tan masivos como invisibles al debate público.

En 2023, la cuenca neuquina reportó más de 1.500 etapas de fractura, lo que se traduce —con un cálculo conservador— en más de 20 millones de metros cúbicos de agua utilizada solo en un año. Gran parte de esa agua proviene del río Neuquén y del río Colorado, dos fuentes clave para consumo humano, agricultura y riego.

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Compromisos blandos, impactos duros

Al igual que en Texas, muchas empresas en Vaca Muerta han declarado públicamente su compromiso con la reducción del uso de agua dulce mediante el empleo de agua reciclada o salobre. Pero en la práctica, esas declaraciones chocan contra las cifras de consumo. En EE.UU., por ejemplo, la Kingsley Water Company vendió entre 2016 y 2024 más de 37 millones de metros cúbicos de agua para uso en fracking. Esa cantidad equivale al consumo total de una ciudad como Rosario durante más de un año.

El problema central no es sólo el volumen, sino la pérdida irreversible. Una vez que el agua se mezcla con químicos y se inyecta a grandes profundidades, no puede ser recuperada ni tratada. Es una forma de consumo que literalmente borra el recurso del ciclo natural.

La ley de Texas, como la de muchas provincias argentinas, clasifica este uso como "minería" y lo exime de estándares ambientales más rigurosos. Este vacío normativo favorece la extracción sin controles ni límites claros. En Neuquén, aún no existe una normativa que obligue a medir y reportar de manera pública el origen y destino del agua utilizada en cada pozo.

Una vista de un pozo petrolero adyacente al embalse de Red Bluff en el condado de Reeves Texas

Una vista de un pozo petrolero adyacente al embalse de Red Bluff en el condado de Reeves Texas

Huella hídrica: lo que no se mide, no se gestiona

La huella hídrica en la industria petrolera debería ser una variable central en toda política energética. Pero hoy, en la mayoría de los países productores, ni siquiera se registra de manera sistemática. En el caso texano, fue un pedido de información pública el que permitió acceder a los datos. En la provincia del Neuquén, los informes disponibles son fragmentarios, dispares y muchas veces difíciles de consultar para la ciudadanía.

Tampoco existen mecanismos públicos para comparar la eficiencia hídrica de una empresa con otra, ni para incentivar el uso de tecnologías de recirculación y tratamiento de agua de retorno, que podrían reducir hasta un 50% la extracción de agua dulce en algunas etapas del fracking.

La advertencia de los ríos: ¿quién grita cuando el agua desaparece?

En Texas, el Embalse Amistad llegó en 2024 a su nivel más bajo de la historia, mientras que el Río Grande, que abastece de agua potable a toda la ciudad de Laredo, ya no podrá garantizar el suministro hacia 2040. En el embalse Red Bluff, las reservas son tan bajas que los agricultores han dejado de sembrar.

Estas señales deben ser tomadas como lo que son: avisos urgentes del futuro que se acerca. En la Patagonia, los cambios climáticos comienzan a impactar sobre los patrones de caudales. Las sequías prolongadas, el retroceso de glaciares y la creciente demanda industrial podrían convertir a los ríos en escenarios de conflicto.

¿Hasta cuándo la opacidad?

La historia del agua en la industria hidrocarburífera es una historia de falta de transparencia, de postergación de regulaciones, y de priorización del corto plazo. Ni en Texas ni en Neuquén las empresas están obligadas a publicar de forma clara cuánta agua utilizan, de dónde la sacan y cómo la tratan. Sin ese nivel de información, es imposible hablar de una gestión sustentable.

El Centro Internacional de Estudios del Río Grande (RGISC) lo dijo con claridad: “No estamos mejor que hace cuatro años. No hay transparencia. Y si no se actúa ahora, el impacto será desastroso”. Esa misma frase podría aplicarse al sistema hídrico de la cuenca neuquina.

Antes de que sea tarde

El agua no puede seguir siendo el insumo invisible del fracking. Es hora de exigir reglas claras, trazabilidad en el uso hídrico, incentivos a tecnologías circulares y, sobre todo, transparencia. Lo que está en juego no es sólo un recurso natural: es la viabilidad misma del desarrollo energético en un mundo que ya no puede darse el lujo de perder una sola gota.


Fuente: neuquenambiental.ar

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