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La urbanización y la crisis climática están afectando profundamente la salud mental de los adolescentes. Expertos proponen transformar las ciudades para aliviar estos problemas interconectados y construir un futuro más resiliente.
ACTUALIDAD05/12/2024La salud mental de los jóvenes está en crisis. Desde la década de 2010, los niveles de ansiedad y depresión entre adolescentes han aumentado significativamente, según estudios recientes. A este escenario se suman dos factores que agravan la situación: el cambio climático y la urbanización acelerada. Estas problemáticas, aunque distintas, están profundamente entrelazadas y afectan tanto el entorno físico como emocional en el que crecen las nuevas generaciones.
Durante la Reunión Anual de los Nuevos Campeones 2024 del Foro Económico Mundial, celebrada en Dalian, China, expertos en salud mental discutieron cómo las ciudades pueden transformarse para abordar simultáneamente estas crisis. Pamela Collins, catedrática y directora del Departamento de Salud Mental de la Universidad Johns Hopkins, y Emma Lawrence, directora del Climate Cares Centre del Imperial College de Londres, destacaron la necesidad urgente de repensar los espacios urbanos para proteger tanto el planeta como el bienestar psicológico de los jóvenes.
El impacto de la urbanización en la salud mental
La urbanización es una tendencia imparable: se estima que para 2050, el 70% de los niños y adolescentes del mundo vivirán en ciudades. Aunque estas ofrecen acceso a oportunidades educativas, laborales y sociales, también presentan desafíos significativos para la salud mental. Según Collins, “las interacciones de los adolescentes con su entorno son fundamentales para su desarrollo y su salud mental”. Sin embargo, las ciudades pueden ser espacios estresantes debido a la densidad poblacional, el ruido, la contaminación y las desigualdades sociales.
La pobreza, la violencia y la discriminación son problemas comunes en entornos urbanos que aumentan el riesgo de trastornos como ansiedad, depresión e incluso psicosis. Además, muchos jóvenes experimentan una desconexión emocional al enfrentarse a un entorno construido que no fomenta relaciones saludables ni acceso a espacios verdes o recreativos.
Cambio climático: un multiplicador del riesgo
El cambio climático añade una capa adicional de estrés a esta situación ya compleja. Emma Lawrence explicó que “si te preocupa la salud mental de los jóvenes... entonces debes preocuparte por el cambio climático”. Los fenómenos climáticos extremos no solo generan traumas inmediatos—como desplazamientos forzados o interrupciones en servicios básicos—sino que también alimentan un miedo constante al futuro.
“Muchos adolescentes sienten rabia, miedo y pena no solo por lo que está ocurriendo ahora, sino por lo que está por venir”, afirmó Lawrence. Además, estudios han demostrado que la exposición a contaminación del aire desde edades tempranas puede alterar estructuras cerebrales relacionadas con el manejo emocional y aumentar el riesgo de trastornos mentales como ansiedad o TDAH.
Soluciones desde las ciudades
A pesar del panorama desalentador, existen soluciones viables para mitigar estos problemas interrelacionados. Collins subrayó que las ciudades deben convertirse en espacios que fomenten conexiones sociales saludables y reduzcan barreras al acceso a servicios de salud mental: “Un tema definitorio para cualquier ciudad que apoye la salud mental juvenil es la preocupación por el tejido social”. Esto implica diseñar espacios seguros donde los jóvenes puedan interactuar con sus pares y comunidades sin temor a discriminación o violencia.
Los espacios verdes son especialmente importantes. Durante los confinamientos por COVID-19 se demostró su valor no solo como lugares recreativos sino también como refugios emocionales esenciales para aliviar el estrés. Además, reducir la contaminación atmosférica urbana tendría beneficios directos tanto para el medio ambiente como para el desarrollo cerebral saludable en niños y adolescentes.
En términos políticos e institucionales, Lawrence destacó que “la acción climática es un multiplicador de oportunidades” porque invertir en medidas como energías limpias o transporte sostenible no solo combate el calentamiento global sino que también mejora las condiciones de vida urbana y protege la salud mental juvenil.
El costo de la inacción
No actuar frente a estas crisis interconectadas tiene un costo elevado. Se estima que las consecuencias del cambio climático sobre la salud mental podrían generar gastos adicionales de 47 mil millones de dólares para 2030 y hasta 537 mil millones hacia 2050 debido al aumento en tratamientos médicos y pérdidas económicas asociadas a problemas psicológicos no resueltos.
Sin embargo, Lawrence enfatizó que aún hay tiempo para cambiar esta trayectoria: “Es nuestra responsabilidad aprovechar esta oportunidad única para transformar nuestras sociedades hacia modelos más saludables tanto para nuestras mentes como para nuestro planeta”. Según ella, redirigir recursos—como los 7 billones de dólares anuales destinados a subsidios fósiles—hacia infraestructura urbana sostenible podría marcar una diferencia significativa en las próximas décadas.
Un llamado a la acción
El mensaje final es claro: abordar simultáneamente las crisis climática y de salud mental requiere una reconfiguración profunda de nuestras ciudades y políticas públicas. Esto incluye desde garantizar acceso equitativo a servicios básicos hasta crear entornos urbanos más inclusivos y sostenibles donde los jóvenes puedan prosperar física y emocionalmente.
“Si ponemos en práctica cosas como más espacios verdes o reducción de emisiones contaminantes”, concluyó Collins, “no solo estaremos protegiendo nuestro clima sino también asegurando un futuro mejor para nuestros jóvenes”.
Fuente: weforum.org
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