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El equilibrio precario en la política exterior (El Tábano Economista)
El presidente Javier Milei atraviesa un desgaste acelerado: incumplió sus principales promesas de campaña, rodeó su gestión de los mismos nombres de la “casta” que prometió combatir y aplica un plan económico de ajuste clásico, con fuertes costos sociales. En octubre, las elecciones legislativas pondrán a prueba la legitimidad de un modelo marcado por la contradicción, la obediencia familiar y las denuncias de corrupción.
DE NUESTRA REDACCIÓN29/09/2025
NeuquenNews
En menos de un año de gestión, Javier Milei terminó encarnando aquello que en otros tiempos se definía despectivamente como el “presidente de un país bananero”: un mandatario rodeado de funcionarios sin idoneidad, con un esquema de poder concentrado en su familia, decisiones tomadas de manera improvisada y un Estado debilitado en sus instituciones. A esto se suma un endeudamiento constante que compromete la soberanía económica y una destrucción sistemática del aparato productivo, golpeando a la industria nacional, a las pymes y al mercado interno.

Lejos de la promesa de ser el líder que devolvería dignidad y orden a la Argentina, su gobierno exhibe prácticas que degradan la vida democrática, alimentan la corrupción y proyectan una imagen internacional de fragilidad política y económica, similar a la de los regímenes más cuestionados de la región.
Del discurso disruptivo al ajuste convencional
La llegada de Javier Milei a la Casa Rosada estuvo marcada por la promesa de una “revolución libertaria”: la dolarización inmediata, la eliminación de la “casta” y la reducción del Estado a su mínima expresión. Sin embargo, a casi un año de gestión, el contraste es evidente. La dolarización fue descartada, la “casta” ocupa ministerios clave y el ajuste se parece demasiado a las recetas ortodoxas aplicadas en décadas pasadas.
El ministro de Economía, Luis Caputo, el mismo que durante la gestión de Mauricio Macri impulsó la mega deuda con el FMI y la colocación de bonos a cien años, operaciones que aún hoy pesan sobre las finanzas argentinas y que estuvieron rodeadas de sospechas de corrupción por el cobro de comisiones millonarias, es hoy el encargado de llevar adelante un programa basado en licuación de jubilaciones y salarios, recorte del gasto público y superávit fiscal sostenido a fuerza de desfinanciar áreas sensibles como salud y educación. Y por supuesto, más deuda.
Un gabinete de alianzas, no de leones
El equipo que Milei prometió conformar con técnicos y outsiders terminó poblado de nombres conocidos: Patricia Bullrich en Seguridad, Guillermo Francos en Interior y el propio Caputo en Economía. Federico Sturzenegger, ex funcionario clave del gobierno de Mauricio Macri, como arquitecto de la desregulación; y los Menem, reciclados de la vieja política noventista. A ellos se suman funcionarios sin preparación para los cargos que ocupan, designados más por obediencia que por idoneidad. La narrativa contra “la casta” se desmoronó con un gabinete que responde más a equilibrios de poder que a una visión libertaria pura.
Esto alimenta la percepción de que la campaña presidencial fue un fraude discursivo, donde lo anunciado a la ciudadanía no se condice con las decisiones efectivas de gobierno.
Karina Milei: la verdadera jefa
La dinámica interna del gobierno revela otro punto débil: la lealtad del presidente no está orientada a la Constitución ni a las leyes argentinas, sino a su hermana, Karina Milei, señalada como el verdadero centro de poder y como la “jefa” que controla decisiones estratégicas, cargos y recursos. Diversas denuncias la ubican también como el epicentro de redes de corrupción y negocios políticos que atraviesan la gestión.
Esta concentración del poder en un círculo íntimo incrementa la percepción de arbitrariedad y debilita la institucionalidad. En lugar de un liderazgo presidencial fuerte, la Argentina parece gobernada por un esquema familiar con escasa transparencia.
El costo social del experimento
La política económica ha mostrado un ordenamiento parcial de las cuentas públicas, pero a un precio elevado. La pobreza supera el 50%, el consumo se derrumba, las pymes cierran y la construcción perdió decenas de miles de empleos. La caída de la actividad se refleja en todos los indicadores: menos producción industrial, menos ventas en supermercados y menos poder adquisitivo en la población. La contracara es la concentración de beneficios en sectores financieros y exportadores, que logran ganancias en un contexto de recesión generalizada.
Octubre en el horizonte
Mientras tanto, la economía transita una recesión profunda. El ajuste fiscal, celebrado por el oficialismo como un logro histórico, se sostiene en la licuación de jubilaciones y salarios, el recorte de programas sociales y el vaciamiento de áreas como educación y salud.
El escenario político suma un elemento clave: las elecciones legislativas de octubre, donde Milei busca consolidar su poder en el Congreso. El oficialismo apuesta a que la disciplina fiscal y las señales a los mercados puedan traducirse en respaldo ciudadano. Sin embargo, la oposición plantea que esos comicios serán un plebiscito sobre el modelo de ajuste y la pérdida de calidad de vida.
La incógnita es si la sociedad, golpeada por la inflación persistente y la caída de ingresos, volverá a acompañar al oficialismo o si optará por limitarlo a través de las urnas.
La contradicción como marca de gestión
El gobierno de Javier Milei expone una paradoja difícil de sostener: se presentó como la alternativa a la “casta”, pero terminó gobernando con ella; prometió una transformación radical y aplicó un ajuste tradicional; juró lealtad a la Constitución y rinde obediencia a su hermana.
Ese fraude electoral, construido sobre promesas imposibles y un discurso vacío de coherencia, no solo profundiza la crisis económica, sino que amenaza con agudizar la crisis política e institucional.
Paradójicamente, el mayor enemigo del gobierno de Javier Milei no está en la oposición política, ni en los sindicatos, ni siquiera en los sectores empresariales que rechazan algunas de sus medidas: el verdadero obstáculo para su propia gestión es el propio gobierno de Milei. Las contradicciones entre discurso y hechos, las internas dentro del gabinete, el personalismo exacerbado hacia su hermana Karina y la falta de un plan económico sustentable terminan erosionando más que cualquier bloque opositor. La acumulación de errores, improvisaciones y promesas incumplidas convierten al oficialismo en su propia trampa: un poder que se desgasta desde adentro y que se enfrenta consigo mismo antes que con los demás actores de la política argentina.
Octubre será, en definitiva, la oportunidad de la sociedad para evaluar si este experimento merece continuidad o si debe ser contenido antes de que el daño sea irreversible.

El equilibrio precario en la política exterior (El Tábano Economista)

Naomi Klein explicó en La doctrina del shock que los poderes económicos y políticos suelen aprovechar las crisis —reales o provocadas— para imponer cambios que en condiciones normales serían inaceptables. Hoy, su advertencia parece resonar con fuerza en una Argentina que atraviesa ajustes profundos, con la promesa de una “reconstrucción” que podría costar derechos y bienestar a las mayorías.

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