
Reforma de la Ley de Glaciares: guerra entre Milei, la ciencia y las ONG
El debate escala mientras entidades científicas, sindicatos y colectivos ambientales rechazan cambios que permitirían nuevas actividades extractivas.
NeuquenNews
Cada año, la campaña global “Julio sin Plástico” nos invita a reflexionar sobre el uso de este material tan presente en nuestras vidas y que genera un problema tan complejo. Las cifras son conocidas y alarmantes: el mundo produce cientos de millones de toneladas de plástico cada año; apenas una pequeña fracción se recicla; y una parte significativa termina en ríos, océanos y rellenos sanitarios, afectando ecosistemas, biodiversidad y también nuestra salud. Detrás de estos números urgentes hay muchas personas y empresas que están trabajando para aportar soluciones circulares o alternativas.
El contexto no es sencillo, porque el problema del plástico no es solo técnico ni ambiental, es principalmente estructural. Tiene que ver con cómo producimos, consumimos, diseñamos, regulamos y, sobre todo, cómo pensamos los sistemas. No es el plástico en sí mismo el enemigo. Es la lógica con la que lo usamos y lo desechamos.
Del descarte a la circularidad
El plástico, por sus propiedades, ha sido una innovación que permitió avances en salud, alimentación, tecnología y transporte. El problema es que muchas industrias adoptaron este material dentro de una lógica lineal: extraer, producir, consumir, tirar. Usamos recursos no renovables para fabricar productos de altísima durabilidad… Y los descartamos a los pocos minutos.
En ese sinsentido se esconde una de las mayores contradicciones de nuestro tiempo: diseñamos sistemas que generan residuos imposibles de absorber para la naturaleza y para las ciudades. El costo ambiental y social de esta práctica es altísimo.
Frente a este escenario, la economía circular se presenta como una necesidad. Apostar por modelos que re-piensen el ciclo de vida de los productos, que integren ecodiseño, reutilización, reciclaje y nuevos hábitos de consumo, es una estrategia de supervivencia para las empresas, las personas y el planeta.
La buena noticia es que en Argentina ya existen organizaciones que están trabajando en este cambio de paradigma. La Empresa B Unplastify, por ejemplo, acompaña a empresas a identificar y rediseñar sus sistemas de consumo y descarte de plástico. Lo hace no sólo desde la conciencia ambiental, sino también desde la rentabilidad: en colaboración con compañías de diferentes sectores, lograron reducir cientos de toneladas de plástico y, al mismo tiempo, mejorar los márgenes de costo.
Otro caso inspirador es el de la Empresa B Xipa, que diseña soluciones reutilizables adaptadas a los procesos internos de las organizaciones. Con el primer pote recargable para helados del país y una mirada sistémica, lograron demostrar que es posible innovar sin comprometer la eficiencia ni la experiencia del usuario.
Empresas B como Buply, Wood Idea, GEA Sustentable, Cimarrón, Kompost, Ilko, Martha, PAPA, Fracking Design, WUD Design y Natura utilizan material reciclado en sus productos, impulsando la demanda de este insumo. Otras, como Meraki, Compostame, Ecofactory, Biopakaging, Superbol, Neotrade, PSA, Hidrolit y Pura, ofrecen alternativas para que los consumidores reduzcan el uso de plásticos de un solo uso con materiales o sistemas alternativos.
Estos ejemplos muestran algo fundamental: cuando las empresas se comprometen con un propósito más allá del lucro, pueden liderar soluciones concretas y sostenibles, que además se traducen en negocios rentables. Pero también dejan en evidencia que no pueden hacerlo solas, sino en conjunto.
El rol de lo sistémico
Si queremos transformar el sistema de producción y gestión de plásticos, necesitamos que todos los actores estén a la altura del desafío. Hoy existen normativas, mayormente municipales, que han tenido impacto —como la prohibición de bolsas “camiseta” y sorbetes—, pero hay una gran oportunidad para un marco regulatorio ambicioso y con mecanismos efectivos.
Hay que acompañar la transición. Eso incluye una robusta infraestructura, incentivos que premien el uso de materiales reciclados frente a los vírgenes (como sucede en muchos países del mundo y de nuestra región), regulación que habilite el uso de estos materiales en más sectores y estrategias de compras públicas que impulsen productos sostenibles.
La articulación público-privada y el trabajo con organizaciones de la sociedad civil son claves para lograr resultados. Estamos en un momento de crisis sin precedentes y la vinculación entre las empresas y el Estado debe salir de la lógica de “yo te doy y vos me dás”, para pasar al “lo hacemos juntos”.
Amiplast, una Empresa B que procesa residuos plásticos para transformarlos en materia prima, genera convenios de circularidad con empresas e instituciones, que integran capacitaciones y una búsqueda de estrategias en conjunto para reducir la cantidad de residuos que van al relleno sanitario. Este tipo de iniciativas demuestran que existen soluciones industriales listas para escalar. Pero enfrentan límites estructurales en la recolección, clasificación y costos.
Reducir el uso de plásticos de un solo uso, fomentar el diseño responsable, escalar el reciclaje y avanzar hacia la circularidad no son objetivos de nicho. Son pasos imprescindibles para una economía que quiera ser viable en el largo plazo. En un país con urgencias múltiples, a veces resulta difícil sostener una agenda ambiental sin verla como un lujo. Pero este no es un tema “verde”: es un tema económico, sanitario, laboral y social.
Hoy en Argentina hay Empresas B que ofrecen alternativas concretas: packaging compostable, productos reutilizables, mobiliario hecho con reciclado, filtros de agua para evitar botellas descartables. También hay cooperativas de recuperadores urbanos que realizan un trabajo ambiental invaluable y consumidores que cada vez exigen más responsabilidad a las marcas.
Necesitamos políticas que promuevan un ecosistema virtuoso, donde lo que hoy es residuo se vuelva recurso. Donde lo que hoy es problema, se vuelva solución. Y donde las empresas, lejos de ser parte del daño, se conviertan en protagonistas del cambio.
La basura es un error de diseño. Los residuos no existen en la naturaleza. Y es hora de que nuestro sistema económico aprenda de ella.

El debate escala mientras entidades científicas, sindicatos y colectivos ambientales rechazan cambios que permitirían nuevas actividades extractivas.

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