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Gobernar desde la red: cuando el poder se confunde con el tuit y el enemigo con el periodista

El periodista Baby Etchecopar lanzó una dura advertencia sobre el rumbo autoritario del gobierno, denunciando ataques directos a la libertad de prensa, amenazas a colegas y el uso del poder para intimidar a quienes se atreven a criticar. “Esto ya pasó con Yabrán”, dijo, en una comparación que resuena como un grito de alerta ante una democracia en retroceso.

ACTUALIDAD02/05/2025NeuquenNewsNeuquenNews

Baby Etchecopar

En los años más oscuros de nuestra historia reciente, aprendimos -a fuerza de golpes y desapariciones- que sin libertad de expresión no hay democracia. Que el poder sin límites se vuelve amenaza. Y que cuando un periodista es silenciado, no es solo su voz la que calla, sino también la posibilidad de que la sociedad entera se mire al espejo. Hoy, ese reflejo empieza a quebrarse otra vez.

El editorial de Baby Etchecopar, agudo, vehemente y sin medias tintas, no es solo un estallido personal. Es un termómetro. Un termómetro que marca fiebre en el sistema político argentino. Porque cuando hasta quienes votaron al gobierno no pueden expresar una crítica sin ser tildados de traidores o, peor, amenazados con ser “metidos en cana”, entonces ya no estamos hablando de un estilo confrontativo, sino de un modo autoritario de ejercer el poder.

Etchecopar -que nunca fue precisamente un periodista oficialista del gobiernos kirchneristas- relata algo que debería alarmar a cualquiera que valore la república: el miedo silencioso que empieza a recorrer las redacciones. La autocensura que se impone porque cuestionar al gobierno puede tener consecuencias. Y lo más grave: la complicidad o el silencio de entidades como FOPEA, que debieran estar de pie y no agachadas.

En este clima, el gobierno parece moverse con soltura. Desde las redes sociales, se lanza la línea editorial de cada jornada: hoy se ataca a (Roberto) Navarro, mañana a (Gabriel) Levinas, pasado a cualquier actor del espectáculo que opine. No hay vocación de gobernabilidad, sino hambre de escándalo. Porque donde no hay gestión, hay que montar un espectáculo. Y si ese show implica humillar, descalificar o amenazar a periodistas, bienvenido sea. El problema, claro, es que los shows no alimentan, no educan, no curan.

El uso de personajes como Fátima Flores o Yuyito González como piezas de distracción mediática no es inocente. Es parte de una estrategia deliberada de saturación del discurso público, donde se instala una noticia escandalosa para tapar otra más preocupante. Mientras se debate el rating de una ex vedette, se ajusta, se despide y se desmantela. Mientras se persigue a quien saca una foto, se repite la escena que nos remite inevitablemente al caso Cabezas.

Cuando Etchecopar recuerda a Yabrán, lo hace desde una memoria que no es solo personal: es colectiva. Porque la amenaza “si me sacan una foto los mato” ya la escuchamos. Y sabemos cómo terminó.

Lo que este editorial grita es claro: el poder que desprecia el disenso se convierte en abuso. La política que no tolera la crítica se transforma en persecución. Y el gobierno que cree que Twitter es una asamblea legislativa está peligrosamente desconectado de la realidad.

No se gobierna con trolls ni con memes. No se puede atacar a la prensa y al mismo tiempo reclamar libertad. No se construye democracia a los gritos.

La Argentina que se avecina no necesita más enemigos. Necesita puentes. Y para construirlos, el gobierno primero tiene que dejar de dinamitar todo lo que no controla. Empezando por el periodismo. 

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