

Hola Diego, ¿te acordás de esto?
El 13 de junio de 1982, mientras en Madrid se inauguraba el Mundial de Fútbol de España, en el sur helado del Atlántico Sur la guerra de Malvinas vivía sus horas finales, en la batalla de Puerto Argentino. A miles de kilómetros de la gloria futbolera, los soldados argentinos escuchábamos por radio --entre explosiones y el frío-- el relato de José María Muñoz en Radio Rivadavia, narrando el debut de la Selección con la ilusión de una joven promesa: Diego Armando Maradona. Eras vos.
Aquel sonido lejano, esa voz que llegaba entre el viento y la pólvora, fue un puente hacia la vida que habíamos dejado atrás, un respiro mínimo en medio de la trinchera. El fútbol, en ese instante, fue refugio y escape, una forma de recordarnos que la pasión seguía existiendo.
Cuatro años más tarde, el 22 de junio de 1986, en el Estadio Azteca, transformaste el dolor en arte. Frente a Inglaterra --el mismo adversario de la guerra--, esos dos goles que atravesaron la historia: la Mano de Dios y el Gol del Siglo. Aquella tarde, el fútbol se volvió una revancha simbólica: sin fusiles ni uniformes, un argentino vencía al poder con ingenio, picardía y talento.
Para muchos excombatientes, fue una reparación emocional, una victoria desde el juego, una forma de justicia poética. El relato de Víctor Hugo Morales --“barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?”-- se convirtió en el eco de un país que volvía a creer en sí mismo. Esa gambeta condensó la dignidad recuperada, el orgullo nacional que había quedado congelado en las turbas de Malvinas.
Vos te encargaste de dejarlo bien claro: “era un partido de fútbol, no una guerra”, pero el pueblo lo sintió de otro modo. Tu figura trascendió lo deportivo para convertirse en emblema de soberanía, en bandera viva. En cada viaje, en cada declaración --“Las Malvinas son argentinas”--, afirmaste con tu voz en alto lo que tantos habían defendido con su vida.
Por eso la desmalvinización también te alcanzó a vos: intentaron despojarte de tu dimensión política, reducirte a ser el genio del balón, esconder tu verbo rebelde detrás del espectáculo. Pero nunca neutral. Tu palabra era pueblo, tu cuerpo era historia, tu vida era mensaje.
Desde la comunicación y la memoria, fuiste un símbolo puente entre el cuerpo herido de la guerra y la cultura popular que la resignifica. Como diría Pierre Bourdieu, tu figura funciona, lo sigue haciendo, como un lugar de memoria, donde se entrelazan las voces dispersas del país. El soldado que en 1982 escuchó tu nombre por radio ve en la camiseta número diez una forma de continuidad, una afirmación de existencia. En el campo de juego, también gambeteaste por los que no pudieron volver.
Por eso quiero escribirte lo que pensamos quienes peleamos en nuestras Malvinas: para nosotros vos malvinizaste desde el pueblo, no desde el poder. Tu legado demuestra que la malvinización no solo se construye desde la diplomacia o la educación, sino también desde el sentimiento, desde el territorio afectivo donde el fútbol se vuelve lenguaje nacional. Tu historia, tus goles, tu palabra, son dispositivos de memoria activa, de soberanía cultural. Sos una voz en la trinchera
La desmalvinización, por el contrario, intentó silenciarte: separarte de la política, despojarte de sentido. Pero tu figura sobrevivió al intento de borramiento. Porque para quienes amamos la patria, seguís, como las islas, presente y resistiendo: habitando la memoria colectiva, renaciendo en cada relato, volviendo cada vez que alguien te nombra.
En última instancia, sos eso, Diego: un acto de comunicación total, un mensaje vivo que une dolor y celebración, derrota y esperanza, guerra y cultura. En tu figura se cruzan la trinchera y el potrero, el soldado y el hincha, el grito y el silencio. Seguís representando la voz de lo colectivo, la obstinación de un pueblo que se niega a olvidar.
Recordarte hoy, cuando estas cumpliendo 65 años, es reafirmar tu condición de mito y de espejo. No solo como el mejor futbolista de todos los tiempos, sino como un mediador simbólico entre la herida y la palabra, entre la historia y la identidad. Porque en tu cuerpo estuvo escrita una épica distinta: la de los que pelean, la de los que caen y se levantan.
Cuando juega la Selección, nadie pregunta de qué club somos: en ese instante, todos somos Argentina. Lo mismo ocurre cada 2 de abril, cuando cada pueblo del país --por más pequeño que sea-- se viste de celeste y blanco para recordar a los caídos en Malvinas. En ambos gestos, el del gol y el del homenaje, late la misma emoción colectiva: la de un pueblo que encuentra en la memoria una forma de unión.
Querido Diego: sabes que para nosotros Maradona y Malvinas son dos caras de una misma historia: la del dolor y la dignidad, la derrota y la resistencia, la memoria y la soberanía. Porque malvinizar también es permitir que una gambeta diga lo que los fusiles callaron, que un gol devuelva la voz a los que fueron silenciados, y que el pueblo --con la camiseta empapada de historia-- siga cantando, como en Qatar y como en la vida:
“Nosotros seguiremos siendo los pibes de Malvinas que jamás olvidarán”.
Y en esa memoria que no se rinde, seguirás siendo D10s: eterno, popular y nuestro.


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