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Australia aprueba una ley que veta a menores de 16 años en redes sociales

Australia pondrá en vigencia en los próximos días una de las regulaciones digitales más estrictas del mundo: las redes sociales estarán prohibidas para menores de 16 años y las plataformas deberán verificar la edad de los usuarios o enfrentar multas millonarias. La medida, impulsada para frenar el impacto negativo de Internet en la salud mental de los jóvenes, desató debates sobre derechos digitales, censura y la efectividad real del control estatal en el ecosistema online.

INTERNACIONALES03/12/2025NeuquenNewsNeuquenNews
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Australia se convirtió en el primer país del mundo en adoptar una ley que prohíbe que personas menores de 16 años creen o mantengan cuentas activas en determinadas redes sociales. La norma —llamada Online Safety Amendment (Social Media Minimum Age) Act 2024— modifica la ley previa de seguridad en línea, e impone a las plataformas la obligación de impedir el acceso de menores de 16 años. 

La legislación fue aprobada por el Parlamento en noviembre de 2024, con el respaldo mayoritario de las bancadas, y su entrada en vigor está prevista para el 10 de diciembre de 2025. 

Qué cambió: obligaciones y alcance de la norma

  • A partir de esa fecha, las plataformas consideradas “redes sociales de edad restringida” deberán tomar “medidas razonables” para impedir que menores de 16 años tengan cuentas. Eso incluye desactivar o borrar perfiles existentes. infrastructure.
  • Si no cumplen, las empresas podrían enfrentar multas de hasta AUD 50 millones (aproximadamente USD 33 millones). 
  • Entre las plataformas alcanzadas están Facebook, Instagram, TikTok, Snapchat, X (ex-Twitter), Reddit, YouTube, entre otras. 
  • Quedan excluidas —por ahora— plataformas destinadas a mensajería, videojuegos, educación, salud o uso profesional, aunque la lista puede modificarse si cambian las funciones del servicio. 

El organismo estatal de vigilancia digital eSafety Commissioner es el encargado de supervisar el cumplimiento, junto con disposiciones de privacidad inspiradas en estándares internacionales de protección infantil.

Qué motiva la restricción: riesgo digital, salud mental y protección de menores

El gobierno australiano es claro: la medida responde al riesgo creciente que representan las redes sociales para niños y adolescentes, desde exposición a contenidos dañinos hasta acoso, grooming, estrés o efectos negativos sobre salud mental. 

Un argumento central fue que, según las investigaciones recientes, los servicios de video y redes —incluido YouTube— reportan altos índices de contenido perjudicial para menores entre 10 y 15 años. 

Las autoridades insisten en que la responsabilidad de proteger a los menores no puede recaer exclusivamente en las familias, sino que las grandes empresas tecnológicas deben asumir su parte.

Dudas, críticas y desafíos: ¿efectiva o censura disfrazada?

La ley ha generado rechazo en algunos sectores, incluidos grupos de adolescentes, organizaciones de derechos digitales y parte de la comunidad tecnológica. Dos jóvenes de 15 años presentaron una demanda ante el máximo tribunal del país —el High Court of Australia— argumentando que la norma vulnera su derecho a la “libertad de comunicación política”

Críticos advierten que la restricción total es una medida drástica, que podría empujar a los menores hacia plataformas no reguladas, entornos más peligrosos, o incentivar el uso de cuentas falsas, VPNs u otras formas de evasión. 

También se cuestiona si la norma será realmente efectiva: la verificación de edad puede ser eludida, y muchas apps nuevas o juegos con funciones sociales podrían quedar fuera del alcance inicial, generando “vacíos de regulación”. 

Hay quienes sugieren que, en lugar de un veto absoluto, hubiera sido más eficaz reforzar la educación digital, promover controles parentales, políticas de privacidad fuertes y entornos seguros. 

Qué significa este cambio: un precedente global — y una lección para otros países

Con esta medida, Australia marca un hito: se convierte en el primer país en imponer a gran escala una edad mínima legal para redes sociales. 

Para gobiernos, reguladores y defensores de derechos digitales de todo el mundo, la experiencia australiana será observada con atención: servirá para evaluar hasta qué punto una regulación estatal puede equilibrar protección infantil con libertad de expresión, privacidad y derechos digitales.

A su vez, es un llamado de alerta para familias, educadores y sociedad: la era digital demanda nuevas formas de responsabilidad colectiva. La tecnología ya no es neutra, y las políticas públicas deben adaptarse para cuidar a los más vulnerables: los niños.

Qué pasaría en Latinoamérica si se adopta una prohibición de redes sociales para menores de 16 años

La decisión de Australia de prohibir el acceso a redes sociales a menores de 16 años abrió un debate global que inevitablemente aterriza en Latinoamérica, una región donde el uso temprano de Internet es masivo, el control estatal es desigual y la cultura digital tiene sus propias particularidades.

Si los gobiernos latinoamericanos adoptaran una norma similar, el impacto sería profundo —y no necesariamente lineal.

1. Las ventajas: un terreno donde todos coinciden, al menos en teoría

a) Protección ante los riesgos digitales

Latinoamérica tiene una de las tasas más altas del mundo de:

  • ciberacoso escolar,
  • grooming,
  • exposición a contenido violento y sexual,
  • adicción a pantallas.

Una regulación fuerte podría:

  • retrasar el ingreso de los niños a entornos que no están preparados para su madurez emocional,
  • reducir la exposición temprana a algoritmos que refuerzan ansiedad, comparación constante y baja autoestima.

b) Presión sobre las plataformas para actuar

Un cambio legal obligaría a Meta, TikTok, X, Snapchat, YouTube y otras a:

  • verificar edades con sistemas más estrictos,
  • invertir en moderación en español y portugués,
  • responsabilizarse por fallas en la protección infantil.

Esto sería una mejora concreta para la región: hoy la moderación local es mínima y las denuncias tardan días o nunca se resuelven.

c) Reforzar el rol del Estado en materia de seguridad digital

Gobiernos que hoy reaccionan tarde y mal ante los delitos digitales tendrían un marco normativo más robusto para:

  • perseguir el grooming,
  • actuar ante casos de ciberextorsión,
  • intervenir en situaciones de acoso sistemático en redes. 

2. Los riesgos: la otra cara que en Latinoamérica suele pesar más

a) La brecha digital cultural y social
Mientras Australia es un país con fuerte cultura institucional, en Latinoamérica ocurre lo contrario:

  • gran parte de la población no confía en el Estado,
  • la informalidad domina las prácticas tecnológicas,
  • muchas familias no pueden supervisar a sus hijos porque trabajan jornadas extensas.

Esto significa que una prohibición podría ser masivamente eludida, generando un mercado negro de:

  • cuentas falsas,
  • VPN,
  • perfiles prestados de adultos.

b) Mayor exposición a plataformas no reguladas (y más peligrosas)

Si un adolescente no puede usar Instagram, pero sí puede usar apps nuevas, opacas y sin moderación, el resultado puede ser peor:

  • aplicaciones chinas o rusas sin representación local,
  • chats anónimos,
  • foros sin control,
  • redes “piratas” o de la dark web.

Una prohibición no elimina el riesgo: lo desplaza a zonas donde el Estado no ve nada.

c) Potenciales presiones autoritarias

Algunos gobiernos podrían aprovechar la excusa “proteger a los niños” para:

  • imponer mayor control estatal sobre Internet,
  • justificar sistemas de vigilancia digital,
  • monitorear comunicaciones bajo el paraguas de seguridad infantil.

En regiones con antecedentes de censura (Nicaragua, Venezuela) o tentaciones de control (El Salvador, México, incluso Argentina en ciertos momentos), esto sería un riesgo real.

d) Conflicto con comunidades educativas

Las escuelas latinoamericanas usan redes sociales y plataformas digitales para: tareas, comunicación con docentes, actividades extracurriculares. Una prohibición desordenada puede colisionar con esa práctica cotidiana.

3. Repercusiones culturales: donde Latinoamérica muestra su singularidad

a) Las redes sociales como espacio de identidad

Para millones de adolescentes latinoamericanos, las redes no son solo entretenimiento: son el espacio donde construyen identidad, pertenecen, hablan, crean comunidad, militan causas o participan en temas sociales.

Quitar ese espacio sin reemplazo podría generar: aislamiento, pérdida de redes de contención, migración a comunidades más extremas o alternativas.

b) La familia latinoamericana y la crianza digital

En Australia la supervisión parental es parte del sistema.

En Latinoamérica: muchas familias carecen de herramientas tecnológicas, no hay cultura de control digital, la educación pública no enseña alfabetización digital.  Sin acompañamiento educativo, la ley sería letra muerta.

c) Choque con el mercado informal y la economía digital

Millones de jóvenes latinoamericanos —muchos aún menores— ya trabajan como: creadores de contenido, editores, community managers, vendedores online. Una prohibición afectaría actividades económicas reales y de subsistencia.

d) Posible reacción social y política

El precedente australiano ya provocó protestas de adolescentes. En Latinoamérica, donde las movilizaciones juveniles son potentes (Chile 2019, Colombia 2021, Argentina 2018-2024), un bloqueo a redes podría generar: campañas de resistencia, demandas judiciales por libertad de expresión, conflictos entre generaciones.
 
4. ¿Puede funcionar una ley así en Latinoamérica?

Solo si se cumplen cuatro condiciones, hoy ausentes en la mayoría de los países:

  1. Verificación de edad robusta y universal, no basada en autodeclaración.
  2. Educación digital obligatoria desde primaria.
  3. Programas masivos de acompañamiento familiar.
  4. de auditoría tecnológica, para evitar abusos estatales.

Sin estos pilares, una prohibición sería simbólica y posiblemente contraproducente.

5. Conclusión: un modelo difícil de trasladar sin adaptar al contexto

Si Latinoamérica copia la legislación australiana sin adaptarla, corre el riesgo de: crear una falsa sensación de seguridad, empujar a los adolescentes a entornos más tóxicos, abrir la puerta a mayores niveles de control estatal, generar conflictos  culturales y políticos innecesarios.

Pero si se toma como punto de partida para una regulación moderna, equilibrada y centrada en la protección infantil, puede ser el impulso que la región necesita para discutir seriamente la alfabetización digital, la responsabilidad de las plataformas y el rol de las familias.

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