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El equilibrio precario en la política exterior (El Tábano Economista)
Hay personas que parecen tener un don: siempre están ahí. Son las que escuchan sin mirar el reloj, las que preparan el café cuando alguien necesita hablar, las que cargan las mochilas emocionales ajenas sin que nadie se los pida. Son quienes sostienen, acompañan, cuidan. Pero, en silencio, a veces sienten que el alma se les va agotando.
DE NUESTRA REDACCIÓN08/11/2025
NeuquenNews
El portal Psicología y Mente publicó recientemente un artículo titulado “El peso emocional de cuidar siempre a los demás y olvidarte de ti”, en el que describe con precisión ese desgaste invisible que viven quienes dedican su energía a los otros hasta vaciarse. Detrás de la entrega constante se esconde un cansancio profundo que rara vez se confiesa: el de olvidarse de uno mismo.
El precio de ser “el fuerte”
En la cultura del “tengo que poder”, se nos enseña que pensar en nosotros es egoísta. Ser el que cuida, el que sostiene, el que nunca se quiebra, se convierte en una identidad. Pero esa máscara tiene un precio. Como explica el artículo de Psicología y Mente, el cuerpo empieza a enviar señales: insomnio, tensión, fatiga emocional. La mente, por su parte, se vuelve un ruido constante, incapaz de descansar.
Y lo más triste es que este tipo de agotamiento no siempre se nota desde afuera. La persona sigue cumpliendo con todo —trabajo, familia, amigos—, pero por dentro se siente vacía, desconectada, como si hubiera desaparecido de su propia vida.
La trampa del “yo puedo con todo”
El texto señala que detrás de esa actitud hay una mezcla de aprendizaje cultural y miedo. Desde chicos, muchos recibimos el mensaje de que ayudar a los demás nos hace valiosos, y que decir “no” es decepcionar. Así, poco a poco, se instala la creencia de que cuidar es sinónimo de amar, y que amarse a uno mismo es una forma de egoísmo.
Pero lo que comienza como un gesto noble se transforma en una trampa emocional: la necesidad de sentirse necesario. Si no estoy disponible, ¿valgo menos? Si descanso, ¿fallo? Ese pensamiento —tan humano como destructivo— termina haciendo que uno viva para sostener a los otros, aunque eso signifique dejar de sostenerse a sí mismo.
Cuidar también es poner límites
Según el artículo de Psicología y Mente, el primer paso para sanar esta dinámica no es dejar de cuidar, sino aprender a hacerlo sin perderse en el intento. Cuidar de manera sana implica reconocer los propios límites, descansar, y permitirse decir “no” sin culpa.
Poner límites no es un acto de egoísmo; es un acto de amor propio. Y cuando uno está bien, el cuidado que ofrece a los demás se vuelve más genuino, más equilibrado, más real. Porque solo quien se cuida puede cuidar de verdad.
Volver a uno mismo
Reencontrarse con uno mismo no significa dar la espalda a los demás. Significa recordar que también somos dignos de cuidado. Volver a caminar, leer, respirar sin apuro, reencontrarse con lo que hace bien… son gestos pequeños que devuelven sentido.
Como concluye Psicología y Mente, “el verdadero acto de amor no está en darlo todo, sino en aprender a compartir desde un lugar donde también nos sintamos plenos”.
Y quizás ahí está la lección más profunda: cuidar a otros es valioso, pero recordarte a ti mismo también lo es.

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