
Derrotados pero no vencidos, Juan y los sobrevivientes deciden contraatacar. Ya no alcanza con resistir: es hora de luchar. El Eternauta se convierte en combatiente.
Cada 25 de mayo, la Argentina se detiene un momento. Las calles se visten de celeste y blanco, los actos escolares florecen con escarapelas, y en más de un hogar el aroma del locro o las empanadas evoca una memoria común. Pero detrás de la fecha patria, ¿qué recordamos realmente? ¿Qué nos dice hoy ese 25 de mayo de 1810?
DE NUESTRA REDACCIÓN25/05/2025El 25 de mayo no fue el día de la independencia formal, pero sí el de un cambio de rumbo. Fue la jornada en la que un grupo de criollos —abogados, militares, comerciantes— decidió remover al virrey del poder y constituir una Junta de Gobierno propia. No se declaró aún la independencia, pero se rompió con el poder colonial directo. Fue el inicio de una transformación profunda: el nacimiento de una conciencia política propia.
Lo singular del proceso fue su ambigüedad: no se gritó “libertad” de forma estruendosa, ni se tomó el poder por las armas, sino que se invocó la “lealtad al rey cautivo” (Fernando VII), mientras se daba el primer paso real hacia el autogobierno. Una revolución sin proclamas rimbombantes, pero con consecuencias históricas.
Un acto político y social, no sólo institucional
La Revolución de Mayo fue más que un acto institucional: fue la expresión de un hartazgo y una esperanza. El virreinato estaba en crisis, pero también lo estaba el viejo orden social. Aquella jornada condensó las tensiones de un mundo nuevo que se estaba gestando: el reclamo por la representación, por el derecho a decidir sobre el propio destino, por formar parte de las decisiones del poder.
Y si bien fue liderada por una elite ilustrada, encontró eco en sectores sociales amplios que deseaban cambios: artesanos, pequeños comerciantes, campesinos y hasta milicianos. No fue una revolución de masas, pero sí un momento bisagra en el proceso de construcción de una identidad común.
¿Qué nos dice hoy el 25 de mayo?
A más de dos siglos de distancia, el 25 de mayo debería interpelarnos no solo como una efeméride escolar, sino como una metáfora de nuestro presente. Aquellos hombres y mujeres de 1810 no tenían certezas, pero sí la convicción de que algo debía cambiar. No tenían un plan claro, pero sí el coraje de empezar.
Nos enseñaron que las grandes transformaciones comienzan con decisiones valientes, aún en la incertidumbre. Nos legaron la idea de soberanía, no sólo entendida como independencia territorial, sino como la capacidad de un pueblo de pensarse a sí mismo, de elegir su camino.
En tiempos de desencanto o desconfianza, recordar Mayo es recordar que la democracia no es un acto terminado, sino una construcción permanente, que empieza en cada comunidad, en cada decisión ciudadana, en cada gesto de participación.
Una nación es una memoria compartida
Quizás la enseñanza más profunda del 25 de mayo sea que una nación no nace por decreto, ni por límites en un mapa, sino en el momento en que un grupo humano se reconoce como comunidad con destino común. Y en ese sentido, cada 25 de mayo no conmemora un acto cerrado del pasado, sino una pregunta abierta: ¿Qué país queremos ser?
Hoy, más que nunca, esa pregunta merece ser respondida no con consignas, sino con compromiso.
Derrotados pero no vencidos, Juan y los sobrevivientes deciden contraatacar. Ya no alcanza con resistir: es hora de luchar. El Eternauta se convierte en combatiente.
En busca de aliados, el grupo se dirige al estadio de River. Pero lo que parecía un punto de encuentro se revela como una trampa. El capítulo más angustiante hasta el momento.
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