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La batalla de Punta Quebracho: cuando los argentinos derrotaron a Inglaterra y Francia

La batalla de Punta Quebracho fue un enfrentamiento crucial en la Guerra del Paraná (1845-1852) entre las fuerzas argentinas y la armada anglo-francesa. La victoria de las fuerzas federales argentinas marcó un hito en la defensa de la soberanía y la libertad en la región. En Puerto General San Martín, una cruz evoca la batalla en un predio que fue declarado Lugar Histórico Nacional; el sitio exacto de la batalla quedó dentro de un área privatizada.

ACTUALIDAD - CULTURA18/08/2024NeuquenNewsNeuquenNews
Punta Quebracho 2
La batalla de Punta Quebracho

El 4 de junio de 1846 se peleó en la provincia de Santa Fe la batalla de Punta de Quebracho. La escena del combate está ubicada unos cinco kilómetros al norte de San Lorenzo. El paraje contaba con una cruz de homenaje a la acción, la que hoy (paradójicamente) fue removida por la empresa extranjera Cargill, que compró el terreno para exportar libremente mercaderías por el río libremente navegable.

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La cruz de quebracho que conmemora la batalla fue desplazada a su sitio actual cuando Cargill compró el predio donde estaba emplazada originalmente
 
 
Allí las fuerzas de la Confederación se enfrentaron contra la escuadra anglo-francesa. El combate fue una victoria clave de las fuerzas federales, que sufrieron sólo una baja mortal contra unas sesenta invasoras. Sin pérdidas apreciables de su artillería, destruyeron seis mercantes, causaron daños de diversa magnitud a varias de las unidades navales militares extranjeras y se adueñaron del terreno.

La campaña anglo-francesa por el Paraná durante 1845/46 fue parte de una gran guerra iniciada en 1836 cuando una coalición de intereses locales y extranjeros realizó un golpe de Estado en la República Oriental contra el Presidente Manuel Oribe.

En ese golpe, los liberales y “unitarios” argentinos exiliados en Montevideo, los militares rebeldes al mando del general Juan Lavalle, el Partido Colorado conducido por José Fructuoso Rivera, las casas comerciales asentadas en esa ciudad y las finanzas y fuerzas armadas francesas más los intereses de Inglaterra convergieron en un plan estratégico sobre la Cuenca del Plata.

El objetivo era garantizar los intereses del libre comercio mediante la libre navegación de los ríos (impedida por Oribe y por Juan Manuel de Rosas, quien había sancionado una ley con altos aranceles a las importaciones ese mismo año). Para ello, los argentinos exiliados en Montevideo, Chile, Bolivia, y sus enviados en Francia e Inglaterra impulsaron una serie de políticas. Entre ellas, la guerra con la Confederación Peruano Boliviana, la rebelión de Corrientes y el asesinato del líder tucumano y jefe del ejército del Norte, Alejandro Heredia.

Los terratenientes del sur de la provincia de Buenos Aires se alzaron porque querían exportar sin restricciones, esperando la ayuda francesa y la invasión de Lavalle y los colorados orientales. En el norte, los “unitarios”, federales disidentes e intelectuales al mando de otro famoso militar –el general Gregorio Aráoz de Lamadrid– tomaron el gobierno en varias provincias.

Los liberales buscaban coordinar con los intereses imperialistas/colonialistas e impulsar su intervención, yendo detrás de las ideas de las potencias sobre cómo se debía organizar el país, la economía y el comercio internacional. Además de la libertad económica absoluta para los capitales y el comercio extranjeros, se pensaba en un protectorado en la Banda Oriental para Francia y en crear una república también protegida por Inglaterra y Francia en la Mesopotamia. Esta coalición enorme de intereses contaba, además, con la concurrencia de Brasil, que aspiraba a adueñarse directa o indirectamente del Uruguay y sancionar como propios los territorios arrebatados a la otrora provincia oriental.

Frente a esto la Confederación movilizó sus fuerzas internas. Sorprendentemente, sólo con ellas enfrentó esa imponente coalición. La mayoría de la población de todas las provincias, los soldados y unidades completas desertaban en masa o se pasaban a las fuerzas federales. Disponía de la mayoría de las tribus indígenas y de una cantidad de jefes y oficiales de renombre y experiencia, que condujeron las exitosas campañas que –desde la frontera boliviana hasta las murallas de Montevideo, desde Mendoza hasta las tolderías– derrotaron uno a uno a los ejércitos de Lavalle, el general José María Paz, Lamadrid, los terratenientes, los Colorados, los mercenarios italianos, los franceses e ingleses.

La guerra duró desde ese año 1836 hasta 1850, cuando los franceses aceptaron las condiciones rosistas para la paz. Su punto más alto, el hito en el cual los liberales no dudaron que se pondría de rodillas al país, fue la decisión coaligada de Francia e Inglaterra de enviar una escuadra numerosa y moderna para imponer a los cañonazos el libre comercio, la apertura de los puertos y el ordenamiento geopolítico de la región.

De todas sus acciones, saqueos y depredaciones, la más famosa es la campaña sobre el Paraná de 1845/46, cuando intentaron abrir el río al comercio internacional y establecer una logística común entre los rebeldes del general Paz en Corrientes con las bases de Montevideo.

Esa campaña contó con otra paralela realizada (también con buques de guerra anglo-franceses) por los “voluntarios” italianos de Giuseppe Garibaldi que saqueó Colonia, Gualeguaychú, Salto, Concordia y Paysandú durante meses, intentado llegar a Corrientes por el Uruguay, pero fue frenado por los ejércitos federales de la zona.

El combate más famoso es el de la Vuelta de Obligado del 20 de noviembre de 1845. Fue el primer intento efectivo y con recursos de detener a los invasores. Los imperialistas pasaron a un alto costo, aunque las bajas para las fuerzas federales fueron numerosas. Sin embargo, se pierde de vista que el combate, fue sólo eso: un combate. La estrategia federal era parte de una campaña de mayor envergadura de hacer de la presencia extranjera en el Paraná una batalla permanente. En esta campaña se destacaron varios líderes de gran capacidad, como el general Lucio Mansilla y el coronel Juan Bautista Thorne.

Mansilla fue un guerrero de la independencia, combatiente de todas las guerras desde su tierna juventud en las invasiones inglesas y planificador de la guerra en el “teatro de operaciones” del Paraná. Un profesional especialista en artillería, pero capaz de organizar y conducir milicias o tropas de línea, defensas fijas o campañas móviles. Al frente de la misma estuvo en todas las batallas del ejército federal bajo el mando de Pascual Echague al principio y de Manuel Oribe después. 

El “teatro de operaciones” del Paraná fue organizado por Mansilla con baterías a lo largo de la costa sobre lugares donde hubiera barrancas y recodos o angosturas del río que favorecieran al defensor y perjudicaran a los navíos. Movilizaron las milicias para prevenir cualquier desembarco y así hacerle la campaña insostenible a los extranjeros, logrando que sólo dominaran el terreno donde estaban sus barcos y que no pudiera hacer pie en tierra. 

Fueron numerosos combates: Vuelta de Obligado, San Lorenzo, Tonelero, Quebracho, Rosario, entre muchos otros. Lo interesante es que las fuerzas argentinas cada vez obtenían mejores resultados, con Quebracho como su punto más elevado.

El 4 de junio, favorecidos por el viento norte, los invasores se apretaron a cruzar por las defensas argentinas. No sólo cruzar, sino que debían destruir la posición para que exista el “libre comercio”. Eran 95 barcos mercantes que volvían desde Corrientes y 12 de guerra que los escoltaban. Seis vapores, dos goletas, dos bergantines y una corbeta. Montaban 85 cañones y obuses de calibre 24 hasta 80, una batería de cohetes, balas explosivas y cañones rayados de mayor alcance y precisión.

Mansilla dispuso 17 cañones con 600 infantes y 150 carabineros, una reserva de 200 infantes y dos escuadrones de lanceros de Santa Fe, más su escolta. La batería principal y la infantería en el centro del dispositivo estaban al mando de Thorne. Las fuerzas argentinas se encontraban ubicadas en una posición de difícil alcance para las baterías de los barcos, sobre una alta barranca, que por el contrario favorecía el alcance y la fijación de objetivos para los cañones nacionales en lo angosto del río.

La batalla comenzó a las 11 con el fuego patriota y se desarrolló favorablemente. Las baterías nacionales hacían estragos en los barcos enemigos, que pese a su superior artillería no podía silenciarlas. Esta vez las municiones no se acabaron y los mercantes eran víctimas de impactos. Los buques de guerra debían interponerse para salvar el convoy y eran a su vez dañados. 

La batalla se saldó con el cruce de la flota, con graves daños a varios buques de guerra y el hundimiento de seis mercantes con su carga. Constituyó una gran pérdida en dinero y vidas para los invasores, que sufrieron 60 bajas (sólo entre los militares) contra un solo muerto y cuatro heridos federales. Los extranjeros no se atrevieron a desembarcar al no poder silenciar los cañones y por lo tanto se apresuraron a ganar río abajo, mientras eran perseguidos por las baterías volantes de Mansilla. En tanto, la posición de Quebracho permanecía en pie. El río no se podía navegar.

La evaluación de los jefes de la flota fue que era imposible comerciar por el Paraná si no se invadía por tierra al país. Y que eso requería de un ejército de 10.000 ingleses y 10.000 franceses, y por lo tanto una movilización mucho mayor desde las metrópolis. Esta vez la situación en el Plata comenzaba a saldarse a favor de la Confederación. A diferencia de los casos de China, Egipto, Argelia o México, las flotas europeas no impondrían su orden mediante la fuerza. Poco tiempo después, primero británicos y luego franceses firmarían la paz en las condiciones acordadas entre Rosas y Oribe.

Hoy nos debe mover a la reflexión el hecho de que la multinacional Cargill sea la dueña del territorio donde se libró esa batalla. Y que, por los puertos del río, exactamente en la misma zona donde las baterías de Quebracho, Obligado, San Lorenzo y Tonelero, entre otras, obtuvieron sus victorias, penetren los barcos extranjeros tal como los invasores imperialistas intentaron hacerlo por la fuerza hace 175 años.

Punta Quebracho

“Punta Quebracho fue la batalla más importante en la Guerra del Paraná”, afirmó el historiador y ensayista santafesino Gustavo Battistoni. Un conflicto de casi un año, que enfrentó a las fuerzas criollas de la Confederación con la flota anglo francesa. El asedio extranjero tuvo dos momentos claves: las batallas de la Vuelta de Obligado (San Pedro, provincia Buenos Aires), el 20 de noviembre de 1845, y la que se libró en lo que hoy es Puerto General San Martín, Santa Fe, y que logró terminar con la pretensión de usar los ríos internos argentinos como aguas internacionales. 

“La batalla de Punta Quebracho sintetiza la pelea contra las dos flotas que en ese momento eran las más importantes del mundo”, relató. Y dio el contexto que dimensiona el valor de esa lucha en suelo santafesino, a 35 kilómetros de Rosario. En la flota venía el “Gorgon”, uno de los primeros buques a vapor en aquel momento e insignia de la flota y que terminó averiado. Pero no solo la escuadra era moderna, también el armamento era la mejor tecnología de entonces, incluidos los cohetes Congreves.

“Todo era muy superior a los cañones del ejército que comandaba Lucio Norberto Mansilla, con gauchos y soldados, algunos de los cuales habían estado en la Independencia”, comentó. Pero el contraluz de la situación fue la estrategia. En el lugar elegido para dar batalla, que también se lo conoce como Angostura, las barrancas son más altas, lo que permitió emplazar los cañones para que pasaran inadvertidos entre la vegetación. 

“Hubo una cantidad de disparos impresionante pero la resistencia de la tropas de la Confederación, compuesta sobre todo por santafesinos, que resistieron y derrotaron a los piratas en lo que fue la victoria final, por eso digo que debería ser el día de conmemoración de la soberanía”, sostiene Battistoni. 

Según las crónicas sobre la batalla santafesina, fue el propio capitán del “Gorgon”, Charles Hotham, quien dimensionó el hecho: “Los buques han sufrido mucho, escapar con la mayor velocidad posible se convirtió en el único objetivo”. Para Battistoni es necesario destacar la acción de Mansilla, “un patriota menospreciado”, que después de haber sido herido en la Vuelta de Obligado, durante ocho meses armaba baterías como y donde podía, con  lugareños y en los sitios que la geografía le jugaba a favor, donde el curso del Paraná se volvía sinuoso, permitiendo hostigar al enemigo que lo superaba en fuerza. 

Para Battistoni, la jornada épica de Punta Quebracho “es la clave de bóveda para entender el acontecimiento soberano más importante de nuestra historia”. Y dijo que así lo considera “el excelente libro de Juan Manuel Peña y José Luis Alonso La Vuelta de Obligado y la victoria de la campaña del Paraná, que relata con documentación y amenidad el conflicto”

A partir de ese momento hubo una serie de tratados, hasta que en 1850 las fuerzas británicas evacuaron la isla Martín García, devolvieron los barcos argentinos capturados ilegalmente y rindieron homenaje a la bandera de la Confederación, a modo de desagravio, con 21 cañonazos. 

Punta Quebracho

El valor olvidado y las heroínas

Entre la derrota y la victoria, de 1845 a 1846, hubo combates menores pero no menos cruentos como la llamada Segunda Batalla de San Lorenzo, que defendió la división al mando de Martín Santa Coloma, formada por 350 soldados —más 200 santafesinos—, de la que participó el sargento José Agustín Fernández, “un comprovinciano cuyo nombre no recuerda ninguna calle”. En ese momento Santa Fe, gobernada por Pascual Echagüe, integraba la Confederación Argentina, una alianza de provincias autónomas vigente entre 1831 y 1861.

En los combates por la soberanía, los sectores populares tuvieron un rol muy importante, evoca Battistoni, como ciudadanos comunes que “fueron a poner el cuerpo, como apoyo logístico”. Así, entre los 500 criollos muertos en la derrota de Obligado, “hay muchísimas mujeres, que asistían con alimentos y con agua a sus hijos y esposos. Son verdaderas heroínas de las que no habla la historia ni otros grupos, eran mujeres de sectores muy humildes. Me parece que es hora de darle la importancia que tuvo este sector social, de personas humildes y que olvidamos”, enfatizó. Y dijo que fue el propio Mansilla quien en el informe final escribió: “el valor del pueblo es la muralla con la cual chocaron los piratas”.  

“Son personajes que a la gente no le suenan, no se hace conocer mucho, hay que pensar que los países que reivindican a sus héroes tienen una conciencia poderosa porque la primera forma de colonización es la cultural, después viene la económica, pero primero entran con los valores, y cuando estás con la guardia o con la cabeza hueca, ahí vienen los mercaderes a negociar”, sostuvo el historiador oriundo de Firmat, que lleva varios libros editados sobre la construcción económica, social y política de la provincia, en el pasado mediato. En 1973 se declaró el 20 de noviembre como Día de la Soberanía Nacional. La ley, anulada por la última dictadura militar, fue restablecida en 2010.

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