13 de abril de 1890. El mitin del Frontón marca el nacimiento del radicalismo

El 13 de abril de 1890, una multitud en Buenos Aires dio vida a la Unión Cívica bajo el liderazgo de Leandro N. Alem, marcando el origen del radicalismo argentino y el comienzo del fin del autoritarismo de Miguel Juárez Celman. Más de un siglo después, la Unión Cívica Radical (UCR) enfrenta el reto de conciliar su legado fundacional con un presente que la ha llevado a un giro hacia la derecha, alejándose de los valores que alguna vez la definieron. Un recorrido por su historia, desde la revolución hasta la encrucijada de hoy.

POLÍTICA13/04/2025NeuquenNewsNeuquenNews
Mitín del Frontón

En medio de una crisis económica asfixiante, con inflación galopante, especulación financiera y un descontento social que crecía como la espuma, el 13 de abril de 1890 se escribió una página decisiva en la historia argentina. Ese día, miles de personas abarrotaron el Frontón de Buenos Aires —una cancha de pelota en la calle Córdoba al 1100— para alzar la voz contra el régimen de Miguel Juárez Celman. Lo que comenzó como una protesta se transformó en un acto fundacional: allí nació la Unión Cívica, un movimiento que cambiaría el rumbo del país y plantaría la semilla del radicalismo.

La convocatoria, impulsada por la Unión Cívica de la Juventud —un grupo surgido en 1889 para enfrentar la corrupción y el autoritarismo—, desbordó todas las expectativas. Más de 10.000 personas llenaron el recinto, mientras otras 20.000 aguardaban afuera, según las crónicas de la época. El mensaje era unívoco: el “Unicato” de Juárez Celman, un gobierno que había convertido la democracia en una fachada, debía llegar a su fin.
Leandro N. Alem: la voz que despertó a una nación

En el centro de aquella marea humana estaba Leandro N. Alem, un líder carismático cuya oratoria resonó como un trueno. Frente a la multitud, Alem desnudó las entrañas de un régimen que, según sus palabras, había transformado al Estado en un feudo personalista, vaciado las arcas públicas y traicionado los ideales republicanos. Su discurso, cargado de fervor y claridad, no solo llamó a derribar al gobierno, sino a restaurar la moral pública, la soberanía popular y la participación ciudadana.

No estaba solo. Figuras de peso como Bartolomé Mitre, Bernardo de Irigoyen, Aristóbulo del Valle y José Manuel Estrada respaldaron su mensaje, consolidando a la Unión Cívica como un frente amplio que unía a republicanos, reformistas y liberales. Aquel día, Alem no solo se consagró como el líder de la oposición, sino como el emblema de una nueva forma de entender la política: cercana al pueblo y alejada de los conciliábulos del poder.

Un régimen al borde del colapso
El gobierno de Juárez Celman, bautizado por sus críticos como una “autocracia constitucional”, se sostenía sobre un control férreo. El Ejecutivo, el Congreso y la justicia funcionaban como piezas de una misma maquinaria; la prensa crítica era silenciada, y las elecciones, manipuladas sin pudor. Mientras tanto, el país se hundía en deudas y crecía a un ritmo artificial que ocultaba su fragilidad.

Pero el malestar no era exclusivo de las clases bajas. Comerciantes, intelectuales, militares e incluso disidentes del Partido Autonomista Nacional (PAN) —la fuerza oficialista— comenzaron a cuestionar la legitimidad del “Unicato”. La Unión Cívica supo canalizar ese hartazgo, convirtiéndose en un crisol de sectores diversos unidos por un objetivo común: desmantelar el statu quo.

De las palabras a las armas
El mitin del Frontón no fue un hecho aislado, sino el preludio de un estallido mayor. Apenas tres meses después, en julio de 1890, la Revolución del Parque sacudió Buenos Aires. Aunque la insurrección armada fue sofocada, su impacto político fue contundente: Juárez Celman renunció, dejando el poder en manos del vicepresidente Carlos Pellegrini. El sistema de dominio del PAN se resquebrajó, y el país asistió al nacimiento de una nueva etapa.

Sin embargo, la unidad de la Unión Cívica no sobrevivió al triunfo. En 1891, las tensiones internas la dividieron en dos: la Unión Cívica Nacional, liderada por Mitre, y la Unión Cívica Radical (UCR), encabezada por Alem. Este último grupo heredaría el espíritu combativo del mitin, sentando las bases de un partido que, con el tiempo, se convertiría en un pilar de la política argentina.

El radicalismo en el siglo XX: auge y legado
El legado del Frontón reverberó a lo largo del siglo XX, moldeando a la UCR como una fuerza clave en la historia nacional. Bajo el liderazgo de Hipólito Yrigoyen, el partido llevó adelante una agenda progresista que amplió el acceso al voto y desafió a las élites conservadoras, consolidándose como representante de las clases medias y sectores populares. Más tarde, con Raúl Alfonsín, la UCR encabezó la transición democrática tras la dictadura militar, defendiendo la institucionalidad, los derechos humanos y la educación pública como banderas irrenunciables.

Estos hitos reforzaron la identidad del radicalismo como un movimiento de justicia social y soberanía popular, opuesto tanto al autoritarismo como a los proyectos económicos que beneficiaban a las oligarquías. Sin embargo, el cambio de siglo trajo consigo una serie de desafíos que pondrían a prueba esa tradición.

La UCR en el siglo XXI: entre la crisis y el pragmatismo
A fines del siglo XX, la UCR integró la Alianza que llevó a Fernando de la Rúa a la presidencia en 1999. El colapso de ese gobierno en 2001, en medio de una crisis devastadora, golpeó duro al partido y lo relegó a un segundo plano. Desde entonces, el radicalismo ha oscilado entre la reconstrucción interna y las alianzas estratégicas, buscando recuperar su relevancia en un escenario político cada vez más polarizado.

En las últimas décadas, la UCR encontró un nuevo lugar como pilar de Juntos por el Cambio, la coalición de centro-derecha que comparte con el PRO y otros socios. Esta integración, sin embargo, marcó un punto de inflexión que muchos ven como un abandono de sus raíces. Durante el gobierno de Cambiemos (2015-2019), el partido respaldó políticas de ajuste económico, reducción del gasto público y acercamiento al FMI, medidas que chocan con su legado de defensa del Estado y la justicia social.

El giro a la derecha y el derrumbe de los valores fundacionales
El giro hacia la derecha de la UCR no es solo una cuestión de alianzas tácticas, sino un viraje ideológico que pone en entredicho su identidad histórica. El partido que alguna vez combatió a las élites y abogó por una política participativa hoy se alinea con una agenda que privilegia la desregulación y el mercado por sobre los principios que lo vieron nacer. La defensa de la educación pública se diluye frente a recortes presupuestarios, y la justicia social queda en un segundo plano al compartir espacio con fuerzas que promueven el achicamiento del Estado.

Esta deriva ha generado tensiones internas. Mientras algunos sectores insisten en preservar los valores históricos del radicalismo —soberanía popular, institucionalidad democrática, equidad—, otros priorizan la unidad opositora para disputar el poder, incluso a costa de diluir su voz propia. Las disputas por liderazgos y candidaturas dentro de Juntos por el Cambio son solo síntomas de una crisis más profunda: la falta de un proyecto que reconcilie su pasado transformador con las exigencias del presente.

El costo de este giro es alto. Al subsumirse en una coalición donde el PRO lleva la batuta, la UCR se convierte en un actor secundario, incapaz de liderar una agenda que la distinga del liberalismo económico. El espíritu del Frontón, que invocaba una política cercana al pueblo y opuesta a los privilegios, parece desdibujarse en un radicalismo resignado a ser un socio menor en un esquema que prioriza la gobernabilidad sobre la utopía.

Un legado en la encrucijada
A 135 años del mitin del Frontón, su significado sigue vivo como símbolo de una movilización pacífica que cambió la historia. Aquel 13 de abril de 1890 demostró que el cambio, incluso frente a un poder aparentemente inexpugnable, puede gestarse desde una voz valiente que resuena en el momento justo. Sin embargo, el desafío actual de la UCR va más allá de “adaptarse a los nuevos tiempos”: implica rediscutir su razón de ser.

Si el partido no logra recuperar una agenda que lo reconecte con las bases sociales que alguna vez lo sostuvieron y lo diferencie del neoliberalismo, corre el riesgo de convertirse en una reliquia histórica: un nombre que evoca grandes batallas del pasado, pero que en el presente carece de la fuerza para librarlas. En un país curtido por enfrentamientos y desafíos democráticos, la lección del Frontón sigue siendo clara: las transformaciones nacen de la convicción y el coraje.

La pregunta es si la UCR aún tiene la voluntad de encarnarlas.

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